– ¿Cómo que se han escapado? ¿Sus hombres no estaban a la salida de ese avión?
– Sí, señor; los que no estaban eran sus dos científicos.
– Pero qué me está usted contando, si mi contacto me ha asegurado que él mismo los hizo embarcar a bordo de ese vuelo.
– No era en absoluto mi intención poner en duda su palabra, pero los dos sujetos que debíamos detener no se han presentado ante el control de la policía del aire. Éramos seis esperándolos, era imposible que se escabulleran.
– ¿No me irá a decir que han saltado en paracaídas sobre el Canal de la Mancha? -gritó sir Ashton al teléfono.
– No, señor. Estaba previsto que el pasaje del avión desembarcara por una pasarela, sin embargo, en el último momento, dirigieron el aparato hacia un área de estacionamiento, pero nadie nos avisó. Los dos individuos se escaparon del autobús que conducía a los pasajeros hasta la terminal donde nosotros los estábamos esperando. No ha sido culpa nuestra, han huido por el sótano de la terminal.
– ¡Pues ya puede ir avisando a los responsables de seguridad de Heathrow que van a rodar cabezas!
– No lo dudo, señor.
– ¡Son ustedes unos cretinos! ¡Unos patéticos cretinos! Vayan inmediatamente a su domicilio en lugar de quedarse ahí papando moscas, peinen la ciudad de arriba abajo, búsquenlos en todos los hoteles, arréglenselas como quieran, pero deténganlos esta noche si quieren conservar su empleo. Tienen hasta mañana por la mañana para encontrarlos, ¿me oye?
El interlocutor de sir Ashton volvió a deshacerse en disculpas y prometió poner remedio inmediatamente al estrepitoso fracaso de la operación de la que estaba al mando.