París

Ivory hojeaba por enésima vez el libro que le había regalado su difunto adversario de ajedrez. Volvió a la portadilla y leyó una y otra vez la dedicatoria:


Sé que esta obra le gustará, no le falta nada puesto que lo tiene todo, hasta la prueba de nuestra amistad.

Su más entregado adversario de ajedrez,

Vackeers.


Ivory no entendía nada. Consultó la hora en su reloj y sonrió. Se puso la gabardina, se cubrió el cuello con una bufanda y bajó a dar su paseo nocturno a orillas del Sena.

Cuando llegó al Pont-Marie, llamó a Walter.

– ¿Ha intentado llamarme?

– Varias veces, pero sin éxito, ya pensaba que no iba a conseguir hablar con usted. Adrian me ha llamado desde Irkutsk, parece que han tenido algún contratiempo por el camino.

– ¿Qué clase de contratiempo?

– Bastante desagradable, puesto que han intentado asesinarlos.

Ivory contempló el río, tratando por todos los medios de conservar la calma.

– Tiene que conseguir que vuelvan -prosiguió Walter-, Al final va a terminar por ocurrirles algo, y yo nunca me lo perdonaría.

– Yo tampoco me lo perdonaría nunca, Walter. ¿Sabe si se han entrevistado con Egorov?

– Supongo que sí, iban a buscarlo cuando colgamos. Adrian parecía terriblemente preocupado. Si Keira no fuera tan decidida, seguramente habría dado marcha atrás.

– ¿Le ha dicho que tuviera intención de hacerlo?

– Sí, me ha dicho varias veces que eso es lo que quería hacer, y me ha costado mucho no animarlo en ese sentido.

– Walter, ya sólo es cuestión de días, de semanas como mucho, no podemos abandonar. Ahora no.

– ¿No tiene ninguna manera de protegerlos?

– Mañana mismo me pondré en contacto con Madrid, sólo ella puede tener cierta influencia sobre Ashton. No tengo la más mínima duda de que es él quien está detrás de este nuevo acto de barbarie. Me las he apañado para hacerle llegar un pequeño mensaje esta noche, pero no creo que sea suficiente.

– Entonces déjeme que le diga a Adrian que vuelva a Inglaterra, no esperemos hasta que sea demasiado tarde.

– Ya es demasiado tarde, Walter; ya se lo he dicho, no podemos abandonar ahora.

Ivory colgó. Enfrascado en sus pensamientos, se guardó la tarjeta del teléfono móvil en el bolsillo del abrigo y volvió a su casa.

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