Amsterdam

Ivory se quedó dormido en el sofá del salón. Vackeers lo cubrió con una manta y se retiró a su habitación. Se pasó buena parte de la noche dándole vueltas en la cabeza a unas ideas que no le dejaban conciliar el sueño. Su antiguo cómplice solicitaba su ayuda, pero hacerle ese favor implicaba comprometerse. Los próximos meses serían los últimos de su carrera, y que lo sorprendieran en delito flagrante de traición no le entusiasmaba en absoluto. Por la mañana temprano fue a preparar el desayuno. El silbido del hervidor despertó a Ivory.

– Ha sido una noche corta, ¿verdad? -dijo al sentarse a la mesa del desayuno.

– Es lo menos que se puede decir, pero para un duelo de tal calidad, creo que valía la pena -contestó Vackeers.

– No me he dado cuenta de que me había quedado dormido, es la primera vez que me pasa, siento mucho haber abusado de su hospitalidad de esta manera.

– No tiene importancia, espero que este viejo Chesterfield no le haya dejado la espalda molida.

– Creo que soy más viejo que él -se rió Ivory.

– Ya le gustaría a usted, es un sofá que heredé de mi padre.

Se instaló un silencio entre ambos. Ivory miró fijamente a Vackeers, se bebió su taza de té, tomó un biscote y se levantó.

– Ahora ya sí que he abusado de su hospitalidad, regresaré a mi hotel para que pueda asearse tranquilo.

Vackeers no dijo nada y observó a Ivory dirigirse hacia el vestíbulo.

– Gracias por esta magnífica velada, amigo mío -añadió Ivory mientras cogía su gabardina-. Tenemos muy mala cara los dos, pero hemos de reconocer que no habíamos jugado tan bien desde hacía tiempo.

Se abotonó la gabardina y se metió las manos en los bolsillos. Vackeers seguía sin decir nada.

Ivory se encogió de hombros y descorrió el pestillo; entonces reparó en la notita que había encima del pequeño velador junto a la entrada. Vackeers no apartaba los ojos de su amigo. Ivory vaciló, cogió la nota y descubrió una serie de cifras y de letras. Vackeers seguía mirándolo fijamente, sentado en su silla en la cocina.

– Gracias -murmuró Ivory.

– ¿Por qué? -gruñó Vackeers-. No me irá a dar las gracias por haber aprovechado mi hospitalidad para rebuscar en los cajones de mi casa y sustraerme el código de acceso a mi ordenador.

– No, en efecto, jamás tendría esa frescura.

– Menos mal.

Ivory cerró la puerta tras de sí. Tenía el tiempo justo de pasar por su hotel a recoger sus cosas y tomar de nuevo el Thalys. En la calle paró un taxi.

Vackeers caminaba nervioso por su apartamento, del vestíbulo al salón una y otra vez. Dejó su taza de té sobre el velador y se dirigió al teléfono.

– Amsterdam al habla -dijo en cuanto su interlocutor contestó-, Avise a los demás, tenemos que organizar una reunión; esta tarde, a las ocho, conferencia telefónica.

– ¿Por qué no lo hace usted mismo a través del sistema informático como solemos hacer? -quiso saber El Cairo.

– Porque mi ordenador está estropeado.

Vackeers colgó y fue a asearse.

Загрузка...