Londres

– El lunes mismo venderé mi coche, le devolveré el dinero y me compraré unas botas, al diablo el tejado de mi despacho, ya no pienso ir más lejos. No haré nada más para convencerlos de que sigan con esto. No cuente más conmigo para ayudarlo. Cada mañana, cuando me miro en el espejo, me siento sucio por traicionar la confianza de Adrian. No insista, nada de lo que pueda decirme me hará cambiar de opinión. Hace tiempo que debería haberlo mandado a paseo. Y si hace lo que sea para incitarlos a reanudar la búsqueda, se lo contaré todo, aunque en el fondo no sepa casi nada de usted.

– ¿Estás hablando solo, Walter? -preguntó la tía Elena.

– No, ¿por qué?

– Te aseguro que parecía que murmuraras algo, tus labios se movían solos.

El semáforo se puso en rojo. Walter frenó y se volvió hacia Elena.

– Esta noche tengo que hacer una llamada importante y estaba ensayando lo que voy a decir.

– Espero que no sea nada grave.

– No, no, te lo aseguro; al contrario.

– No me ocultas nada, ¿verdad? Si hay otra persona en tu vida, alguien más joven, me refiero, puedo entenderlo, pero preferiría saberlo, nada más.

Walter se acercó más a Elena.

– No te oculto nada en absoluto, jamás me permitiría hacer una cosa así. Y no hay mujer que pueda parecerme más deseable que tú.

En cuanto hubo hecho esta confesión, Walter se puso muy colorado y empezó a tartamudear.

– Me gusta mucho tu nuevo peinado -contestó la tía Elena-, Me parece que el semáforo está en verde y que nos están pitando, deberías arrancar. Estoy feliz de que vayamos a visitar el palacio de Buckingham. ¿Crees que tendremos la suerte de ver a la reina?

– A lo mejor -dijo Walter-, si sale de su casa, nunca se sabe…

Загрузка...