Atenas

Ivory se sobresaltó. Habían tocado a la puerta. Un botones le entregó un fax urgente, alguien había llamado a la recepción para pedir que se le entregara de inmediato. Ivory cogió el sobre, le dio las gracias al joven, esperó a que se hubiera alejado y sólo entonces abrió la carta.

Roma le pedía que lo llamara sin demora desde una línea segura.

Ivory se vistió de prisa y bajó a la calle. Compró una tarjeta telefónica en el quiosco que había delante del hotel para llamar a Lorenzo desde una cabina cercana.

– Tengo noticias curiosas.

Ivory contuvo el aliento y escuchó atentamente a su interlocutor.

– Mis amigos de China han encontrado el rastro de su amiga la arqueóloga.

– ¿Viva?

– Sí, pero aún así no está como para volver a Europa.

– ¿Y eso por qué?

– Le va a costar creerlo: ha sido detenida y encarcelada.

– ¡Pero eso es absurdo! ¿Y por qué razón?

Lorenzo, alias Roma, completó un puzle del que a Ivory le faltaban muchas piezas. Los monjes del monte Llua Shan se encontraban en la orilla del río Amarillo cuando el 4 x 4 de Keira y Adrian se hundió. Tres de ellos se tiraron al río para rescatarlos de las tumultuosas aguas. Sacaron a Adrian el primero, y unos obreros que pasaban por ahí en un camión lo llevaron de urgencia al hospital. Ivory conocía el resto de la historia, había ido a China para ocuparse de él y había llevado a cabo los trámites necesarios para su repatriación. En cuanto a Keira, las cosas habían salido de otra manera. Los monjes habían tenido que zambullirse tres veces hasta lograr liberarla del todoterreno, que se hundía. Cuando lograron sacarla a tierra firme, el camión ya se había ido. La llevaron inconsciente hasta el monasterio. El lama no tardó en enterarse de que quienes habían ordenado el intento de asesinato pertenecían a una tríada de la región cuyas ramificaciones se extendían hasta Pekín. Ocultó a Keira y sufrió la agresión de unos individuos violentos que le hicieron una visita unos días más tarde. Les juró que, si bien era cierto que sus discípulos se habían tirado al agua para tratar de salvar a los occidentales de morir ahogados, no habían podido hacer nada por la joven, que se había hundido con el todoterreno. Los tres monjes que la habían socorrido sufrieron el mismo interrogatorio, pero ninguno habló. Keira estuvo diez días entrando y saliendo del coma, una infección retrasó su recuperación, pero los monjes lograron salvarla.

Cuando se restableció y recuperó fuerzas para viajar, el lama la envió lejos de su monasterio, donde todavía cabía el peligro de que vinieran a buscarla. Había previsto disfrazarla de monje hasta que las cosas se calmaran.

– ¿Y qué pasó después? -le preguntó Ivory.

– No se lo va a creer -contestó Lorenzo-, porque el caso es que, por desgracia, el plan del lama no salió en absoluto como él tenía previsto.

La conversación duró aún diez minutos. Cuando Ivory colgó, no le quedaba nada de saldo en su tarjeta telefónica. Se precipitó a su hotel, hizo su equipaje de prisa y corriendo y cogió un taxi sin más dilación. De camino llamó a Walter con su móvil para avisarle de que se reunía con él.

Ivory llegó media hora más tarde al pie del gran edificio en lo alto de la colina de Atenas. Tomó el ascensor hasta la tercera planta y se precipitó por el pasillo buscando la habitación 307. Llamó a la puerta y entró. Walter escuchó, boquiabierto, lo que Ivory tenía que contarle.

– Ahora ya lo sabe todo, o casi todo, mi querido Walter.

– ¿Dieciocho meses? ¡Pero eso es espantoso! ¿Tiene usted idea de cómo liberarla?

– No, ni la más mínima. Pero veamos el lado positivo, ahora tenemos la certeza de que está viva.

– Me pregunto cómo acogerá Adrian esta noticia. Temo que pueda afectarlo aún más.

– Para mí supondría ya un inmenso alivio que pudiera siquiera enterarse… -suspiró Ivory-. ¿Qué noticias hay sobre su estado?

– Por desgracia ninguna, pero todo el mundo parece optimista, me dicen que ya no es cosa más que de un día, quizá incluso de horas, para que podamos hablar con él.

– Esperemos que este optimismo esté justificado. Regreso hoy a París, tengo que encontrar la manera de sacar a Keira de esta situación. Ocúpese usted de Adrian; si tiene la suerte de poder hablar con él, por el momento no le diga nada.

– No voy a poder mantener en secreto que Keira está viva, es imposible, Adrian me mataría.

– No me refería a eso. No le cuente nuestras sospechas, es demasiado pronto todavía; tengo mis razones. Hasta pronto, Walter, volveré a ponerme en contacto con usted.

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