La casa dormía. Con todo el cuidado del mundo, Keira y yo salimos sin hacer ruido. De puntillas, avanzamos hacia los burros para quitarles el ronzal. Mi madre salió a la puerta y avanzó hacia nosotros.
– Si vais a la playa, lo cual es una locura con este tiempo, llevaos al menos estas toallas, la arena está húmeda y podéis coger frío.
Nos dio también un par de linternas y luego volvió a la casa.
Un poco más tarde nos sentamos a la orilla del mar. Había luna llena. Keira apoyó la cabeza en mi hombro.
– ¿No te arrepientes de nada? -me preguntó.
Miré el cielo y pensé en Atacama.
– Cada ser humano se compone de miles de millones de células, somos miles de millones de seres humanos en este planeta, y el número va siempre en aumento; el Universo está poblado por millones de millones de estrellas. ¿Y si este Universo, cuyos límites creía conocer, no fuera más que una ínfima parte de un conjunto aún mayor? ¿Y si nuestra Tierra no fuera más que una célula en el vientre de una madre? El nacimiento del Universo es semejante al de cada vida, ocurre el mismo milagro, desde lo infinitamente grande hasta lo infinitamente pequeño. ¿Te imaginas el increíble viaje que sería subir hasta el ojo de esa madre y ver a través de la pupila lo que sería su mundo? La vida es un programa increíble.
– Pero ¿quién ha elaborado este programa tan perfecto, Adrian?