Iris nació nueve meses más tarde. No la hemos bautizado, pero en su primer cumpleaños, cuando la llevamos por primera vez al valle del Omo, donde conoció a Harry, su madre y yo le regalamos un colgante. No sé qué decidirá hacer con su vida, pero cuando sea mayor, si alguna vez me pregunta qué es el extraño objeto que lleva al cuello, le leeré las líneas de un texto antiguo que un viejo profesor me confió un día.
Cuenta una leyenda que, en el vientre de su madre, el niño lo sabe todo del misterio de la creación, desde el origen del mundo hasta el final de los tiempos. Al nacer, un mensajero pasa sobre su cuna y pone un dedo en sus labios para que no desvele jamás el secreto que le ha sido confiado, el secreto de la vida. Ese dedo que borra para siempre la memoria del niño deja una marca; esa marca la tenemos todos sobre el labio superior, todos excepto yo.
El día que yo nací, el mensajero olvidó visitarme, y lo recuerdo todo…
Para Ivory, con nuestro agradecimiento,
Keira, Iris, Harry y Adrian.