París

Una lamparita iluminaba el escritorio de Ivory. El profesor estaba repasando sus apuntes. Sonó el teléfono. Se quitó las gafas y contestó.

– Quería informarle de que he entregado su carta a su destinataria.

– ¿La ha leído?

– Sí, esta misma mañana.

– ¿Y cómo han reaccionado?

– Es aún demasiado pronto para contestarle a eso…

Ivory le dio las gracias a Walter. Hizo a su vez una llamada y esperó a que su interlocutor contestara.

– Su carta ha llegado a buen puerto, quería darle las gracias. ¿Escribió usted todo lo que le indiqué?

– Palabra por palabra, simplemente me permití añadir algunas líneas de mi propia cosecha.

– ¡Le pedí que no cambiara nada!

– Entonces, ¿por qué no se la envió usted mismo, por qué no se lo dijo todo de viva voz? ¿Por qué me utiliza como intermediario? No entiendo a qué juega.

– Ojalá no fuera más que un juego. Para Keira, usted tiene mucha más credibilidad que yo, más que cualquiera, de hecho,

y no es mi intención halagarlo, Max. Usted fue su profesor, no yo. Cuando lo llame dentro de unos días para corroborar la información que obtenga en Yell, se convencerá aún más. ¿No dicen que dos opiniones valen más que una?

– No cuando esas dos opiniones vienen de la misma persona.

– Pero eso sólo lo sabemos nosotros, ¿verdad? Si se siente incómodo, piense que lo hago por su seguridad, por la de ambos. Avíseme en cuanto lo llame. Lo hará, estoy seguro. Y como hemos convenido, a partir de entonces apáñeselas para que no puedan localizarlo. Mañana le comunicaré un nuevo número para contactar conmigo. Buenas noches, Max.

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