Julia lo acompañó desde las tres de la tarde hasta la puesta del sol. Con diligencia lo ayudó y pareció compartir su afán de fotografiar.
Después, en el laboratorio, Gruter examinó las ampliaciones y lo felicitó por la calidad del trabajo. Ampliando y conversando pasó un rato agradable. Cuando ya estaba por irse, Gruter le preguntó si vio de nuevo a “la familia ésa”.
– A la hija soltera, únicamente. Me acompañó a fotografiar.
– Cuidate.
– Créame, señor Gruter, es una señorita de lo más formal y comedida que se puede pedir. Cuando yo venía para acá por la diagonal 75, miento, por la 76, me pregunté si alguna vez habré hecho méritos para que tengan conmigo tantas atenciones.
– ¿Crees que no las mereces?
– ¿Por qué las iba a merecer?
– ¿Y no desconfías?
– Con su perdón, señor, sería bastante feo de mi parte.
– Muy justo. Sin duda el auxiliar de mi amigo Gentile es una buena persona. -Se calló, lo miró con ojos ansiosos, por último declaró: -El que no es buena persona es el diablo. Seduce para conseguir.
– Pero, señor Gruter, detrás de la chica hay una familia, con criaturas y todo lo que quiera.
– Yo no quiero nada y, por favor, explicame de qué manera esas criaturas estorban al diablo.
Comprendió que no iba a convencer a Gruter. Se despidió. En el trayecto, recordando la conversación que tuvieron, se preguntó si la vida en la ciudad no sería más complicada y misteriosa de lo que había pensado. En la pensión la patrona lo recibió con el anuncio:
– Lo llamaron las Lombardo. No lo dejan tranquilo. Con santa paciencia contesto que no está y al rato insisten. A mí se me caería la cara.
– ¿Dejaron algo dicho?
– Que esperan al señor Almanza a las ocho y media.