LVIII

En la boletería, el empleado le dijo:

– Estás en tu día, pibe.

Reflexionó: “Así parece”, y no tomó a mal que lo tuteara. Últimamente muchos desconocidos lo hacían.

– ¿Por qué?

– Hay un lugar en el coche que sale a las veinte y veinticinco para Tandil.

– ¿Hoy a la noche? Prefiero viajar mañana o pasado.

El empleado dijo:

– ¡El siguiente! -como si hablara por encima de su cabeza, con el que lo seguía en la fila; pero no había fila ni había nadie.

– ¿Qué pasa, boletero? No le he faltado, que yo sepa.

– ¿Para qué hablar? No te conviene el coche de hoy a las veinte y veinticinco. Perfecto. Después no hay nada y, para las veinticuatro, se anuncia una huelga.

Pensó un poco y dijo:

– Deme ese boleto, por favor.

En camino a la pensión, reflexionó: “Qué raro. Ahora que sé que me voy, todo me parece un poco distinto. Las casas, la luz”. Cruzaba frente al hotel La Pérgola y se dijo: “Todo parece más triste. Quizá porque pienso que lo veo por última vez. Qué vergüenza. Uno creería que me engaño a propósito. No es por los lugares la gran tristeza de irme. Es por Julia”. Entró en la pensión, recogió la cámara y al salir dijo a doña Carmen:

– Si llama el señor Mascardi le pregunta dónde puedo encontrarlo, porque salgo a las veinte y veinticinco horas para Tandil.

La señora quedó mirándolo, inexpresivamente. Después preguntó:

– ¿Es la manera de anunciarle a una que te vas?

– Yo acabo de saberlo. Quería viajar mañana o pasado, pero a media noche, según parece, empieza una huelga.

– El señor tenía planes y los callaba.

– No fue a propósito.

– No importa.

– Si llama la señorita Julia…

– La señorita Julia, o la señorita Elsa, o la señora Butterfly.

– Ahora sí que no comprendo.

– Eso es lo más triste. ¿Me pedías?

– Que si llama la señorita Julia le diga lo mismo. Y usted, por favor, me prepara la cuenta de lo que debo. Voy a pasar por acá a eso de la una, para ver si llamó alguien.

– Siempre dije que el hombre es el bicho que no se entera de lo que siente la mujer.

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