En la boletería, el empleado le dijo:
– Estás en tu día, pibe.
Reflexionó: “Así parece”, y no tomó a mal que lo tuteara. Últimamente muchos desconocidos lo hacían.
– ¿Por qué?
– Hay un lugar en el coche que sale a las veinte y veinticinco para Tandil.
– ¿Hoy a la noche? Prefiero viajar mañana o pasado.
El empleado dijo:
– ¡El siguiente! -como si hablara por encima de su cabeza, con el que lo seguía en la fila; pero no había fila ni había nadie.
– ¿Qué pasa, boletero? No le he faltado, que yo sepa.
– ¿Para qué hablar? No te conviene el coche de hoy a las veinte y veinticinco. Perfecto. Después no hay nada y, para las veinticuatro, se anuncia una huelga.
Pensó un poco y dijo:
– Deme ese boleto, por favor.
En camino a la pensión, reflexionó: “Qué raro. Ahora que sé que me voy, todo me parece un poco distinto. Las casas, la luz”. Cruzaba frente al hotel La Pérgola y se dijo: “Todo parece más triste. Quizá porque pienso que lo veo por última vez. Qué vergüenza. Uno creería que me engaño a propósito. No es por los lugares la gran tristeza de irme. Es por Julia”. Entró en la pensión, recogió la cámara y al salir dijo a doña Carmen:
– Si llama el señor Mascardi le pregunta dónde puedo encontrarlo, porque salgo a las veinte y veinticinco horas para Tandil.
La señora quedó mirándolo, inexpresivamente. Después preguntó:
– ¿Es la manera de anunciarle a una que te vas?
– Yo acabo de saberlo. Quería viajar mañana o pasado, pero a media noche, según parece, empieza una huelga.
– El señor tenía planes y los callaba.
– No fue a propósito.
– No importa.
– Si llama la señorita Julia…
– La señorita Julia, o la señorita Elsa, o la señora Butterfly.
– Ahora sí que no comprendo.
– Eso es lo más triste. ¿Me pedías?
– Que si llama la señorita Julia le diga lo mismo. Y usted, por favor, me prepara la cuenta de lo que debo. Voy a pasar por acá a eso de la una, para ver si llamó alguien.
– Siempre dije que el hombre es el bicho que no se entera de lo que siente la mujer.