Pasadas las doce almorzaron en un restaurante que venía a quedar en 44 y 117, donde cocinaba la patrona y atendía el patrón. La entrada era algo oscura; el salón estaba en desnivel; había que bajar uno o dos escalones. Comieron puchero de falda.
– No cargan los precios y te dan comida casera. Casi toda la concurrencia es de estudiantes -aseguró Mascardi-. Si alguien viene a conversar con nosotros, ni te acuerdes que soy de la policía. Este elemento mira con malos ojos al chafe.
– Los que te conocen ¿por qué van a desconfiar?
– Es gente muy quemada. Te digo más: el sector estudiantil está infiltrado por espías de toda laya. -Repentinamente preguntó: -¿A vos qué te trae a La Plata? ¿No me digas que has venido a estudiar?
– Vengo a sacar fotografías de la ciudad. Soy fotógrafo.
Mascardi volvió a lo que estaba diciendo:
– El sector está infiltrado de espías y, por si fuera poco, de activistas fanáticos. Para mi trabajo conviene que no sepan que soy de la repartición. Debemos tener presente que el día menos pensado me llega la orden de vigilarlos.
– Te elegiste un trabajo bastante bravo.
– No es para cobardes.
– Hasta peligroso me parece.
Bruscamente hosco, Mascardi replicó:
– No sólo para mí. Si alguna vez me liquidan, a lo mejor te liquiden a vos también, nada más que porque nos ven ahora, en esta mesa. No te hagas mala sangre: primero tienen que averiguar cuál es mi verdadero trabajo. -Retomando el tono amistoso dijo: -No sabía que le hacías la competencia al viejo Gentile.
– Cómo se te ocurre. Trabajo con él. Justamente, el mes pasado apareció por el negocio don Luciano Gabarret, para que le sacáramos un retrato. Gentile, ya se sabe, si está entretenido en el laboratorio, no se apura. El otro juntaba rabia. Para mí que no está acostumbrado a esperar.
– Qué va a estar. Es un potentado.
– Casi le aclaro que el patrón pone el trabajo por arriba de todo, pero de golpe don Luciano me preguntó si me tenían de adorno o si me habían enseñado a sacar fotografías. Le saqué doce al hilo. En colores.
– Es bastante colorado, si recuerdo bien.
– Muy colorado y tiene cara de loco. Los ojos pasan rápidamente, no sé cómo decirte, de expresar astucia a expresar furia, como si echaran chispas.
– Es bajito.
– Y redondo. Parece un trompo. La única persona que he visto con briches y polainas de cuero, en todo el partido de Las Flores.
Contó Almanza que a la mañana siguiente volvió Gabarret y, cuando vio el trabajo, cambió de manera notable. Hasta se le endulzó la cara. Almanza comentó:
– No vas a creer. A infinidad de señoritas les pasa lo mismo que a este hombre. Ven sus fotos y se ponen contentas.
Siguió describiendo la entrevista. Gabarret le preguntó si únicamente sacaba retratos. Él mostró sus fotografías de estancias y volvió a preguntar Gabarret: “¿Quién las ha sacado? ¿Usted o el patrón?”. Entonces apareció el viejo Gentile, que contestó: “El señor Almanza. Yo no estoy en ánimo para largarme al campo”. A lo que dijo Gabarret: “En ese caso le propongo al señor Almanza que se vaya a La Plata, se tome una semana, con todo pago y me fotografíe la ciudad”. Él contestó que no tenía pensado cambiar de patrón. “Nadie se lo pidió”, afirmó Gabarret. “Mi intención es ordenar al Estudio Gentile una serie de fotografías de los principales edificios y monumentos de La Plata, para el primer libro de la colección Ciudades de la Provincia de Buenos Aires. Previa conformidad del patrón, encargaría al señor Almanza el trabajo”. Terció Gentile: “Con su venia, don Luciano, voy a decirle media palabra a este muchacho que titubea”. Lo llevó aparte y le aseguró: “Es la ocasión de tu vida. Si la ciudad no te destruye, vas a crecer como hombre y, lo que es más importante, como fotógrafo. Dejá el asunto en mis manos”. Al entrar de nuevo en el salón, Gentile anunció: “El muchacho no quiere. Haré lo que pueda por convencerlo, siempre y cuando la paga sea acorde con las aptitudes de un profesional de su categoría”. Dijo las condiciones don Luciano: el boleto y “chirolas” al principio, con la promesa de girar a La Plata, a su debido tiempo, una cantidad a convenir. De plano rechazó Gentile. Nuevamente hubo un aparte y en voz bastante alta, a lo mejor para que lo oyeran, Gentile comentó: “El coraje de algunos”. “Contéstele que no y ya está”, dijo él, pero le hizo ver Gentile que una semana en una ciudad grande y populosa valía la pena y que, sobre las condiciones, no estaba todo dicho. Los viejos discutieron todavía un buen rato, sin ponerse de acuerdo. “Esta noche consultamos con la almohada y mañana retomamos la conversación”, declaró Gentile. “Como quiera”, contestó don Luciano, “pero en principio quedamos en que Almanza viaja a La Plata”. “Siempre que no me lo mande a una huelga de hambre”, replicó Gentile. “No será para tanto”, dijo el otro. “Qué le hace a un muchacho apretarse el cinturón por unos días”, y en puntas de pie, como si quisiera parecer más alto, apoyando las manos en la mesa y marcando las palabras con un vaivén de su cuerpo redondo y de su cara colorada, afirmó: “Mi criterio es muy claro: pagar lo menos posible hasta que me traigan el trabajo. Cuando lo vea, si me llena los ojos, pueden estar seguros que no van a quejarse de don Luciano Gabarret”.
Mascardi preguntó:
– Y ese viejo tacaño ¿no podía ayudarte?
– ¿Qué viejo?
– Gentile, quién va a ser.
– Cómo se te ocurre. La situación es mala y, cuando la gente está desplatada, en lo que menos gasta es en fotos.
– En todos estos años ¿tu único trabajo fue atender el mostrador y fotografiar? Una vida tranquila, demasiado tranquila para mi gusto.
– Salí al campo. Antes de conchabarme con Gentile trabajé en una estancia, vacuné hacienda. Eso sí, me gustó siempre la fotografía. Un día le mostré a Gentile unas fotos que tomé con una máquina de cajón (rodeos de hacienda, carreras cuadreras, hasta una esquila) y me propuso que entrara de auxiliar.
– Tu trabajo, acá en La Plata, ¿cuándo empieza?
– Esta misma tarde.
– Tengo guardia, pero mañana por la mañana estoy libre. Si te parece, nos damos una vueltita para que te muestre lugares de interés. Comparado con más de uno, soy un platense viejo.