XXVI

Del cuarto número 5 salió un matrimonio con el que se había cruzado varias veces. No lo saludaban. Lo miraban entrecerrando un poco los ojos, con mal disimulada extrañeza o desconfianza. Eran gente mayor. El señor, de cráneo en forma de huevo, cara pálida, verdosa, opaca, lampiña y traje negro; la señora, parecida en cuanto a cabeza ovoide y ropa oscura, tenía la cara tan pálida como su marido, pero sombreada por la vellosidad. Doña Carmen les dijo algunas palabras cordiales y, cuando se alejaron, comentó:

– El matrimonio Kramer, ¡qué gente encantadora!, un verdadero pilar de esta pensión. Viven con nosotros desde el día en que la inauguramos y espero que nos acompañen por largos años.

Al final de la tarde trabajó en el laboratorio. Las revelaciones y las ampliaciones le probaron que a pesar de la luz vertical del mediodía había fotografiado bien. Conversaron como siempre y Gruter le dijo:

– Año tras año me gusta más mi trabajo, aunque me paso la vida ampliando fotografías comunes.

Explicó el viejo que solamente en el laboratorio podía uno hacer justicia a la incomparable luz de La Plata, a esa niebla sutil que algunas tardes envuelve los edificios y les da un encanto particular, como el nimbo a los santos. Concluyó:

– A veces me pregunto si el verdadero oficio del fotógrafo no empieza en el cuarto obscuro, en las piletas y en la ampliadora.

– Hasta ahí no lo acompaño. Sé que no soy nadie para discutir con usted, pero estoy convencido de que toda la fotografía depende del momento en que apretamos el disparador.

– ¿Y la máquina hace clic?

– Y la máquina hace clic.

– El disparo siempre es igual, aunque sostenga la cámara un fotógrafo de plaza, o el señor que la compró en la farmacia para sacar a su familia o un profesional como Gentile, como vos o como yo.

– Igual, sí, pero con la diferencia, como se dice en el truco.

– Vean cómo se agranda cuando habla de su oficio -comentó con aprobación Gruter.

– Está bien -observó Gladys-. El verdadero artista no se equivoca sobre su capacidad, ni para arriba ni para abajo.

Más alentado, Almanza declaró:

– Yo creo que es fotógrafo el que sabe cuándo debe apretar el disparador.

– Está bien -concedió Gruter-. Es fotógrafo el que sabe qué parte del mundo que nos rodea permite una buena fotografía.

– A veces me pregunto si no me hice fotógrafo porque me gustaba apretar el disparador.

– ¿Las cámaras no te atraen? Yo siento por las cámaras una atracción casi erótica -dijo Gladys.

Reflexivamente comentó el viejo:

– En boca de una niña ciertas libertades lo toman a uno de sorpresa.

– Yo creo en el poder de la mente -dijo Gladys- y concentro el que tengo en salvarlo de esa familia.

Como si él ya no estuviera ahí, comentó Gruter:

– Va a darnos trabajo. Cree en ellos, los quiere. Es un hombre que no prevé la mentira.

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