En la pensión encontró, por cierto, a doña Carmen en su ventana. La señora lo saludó. “Si hubiera llegado algo, me diría”, pensó. “Ahí, en la ventanita, parece una foto encuadrada.” Sintió, entonces, el impulso de fotografiarla. Este impulso de fotografiar en el acto lo que tenía delante, en ocasiones le resultaba cargoso. Lo había comentado con Gentile, que le dijo: “Es tu fuego sagrado. Esperemos que no se apague nunca”.
A la pregunta de si podía fotografiarla, doña Carmen respondió con una salida (“¿La máquina está asegurada? ¿No teme que se le rompa?”) que le hizo reír.
– ¿Cuándo quiere fotografiarme?
– Ahora.
– En un minutito me mudo. No me va a sacar con esta traza. Parezco una gitana.
– Está muy bien, señora, y no es necesario que se mude. Hoy le fotografío la cara, nomás.
– ¡Qué suerte! Siempre quise tener un cuadro de mi cara.
Mientras ella se pintaba la boca, se sombreaba las pestañas, se arreglaba el pelo, Almanza miraba a través del objetivo y pensaba “Qué cara grande. Cuando la señora la vea en el papel, capaz que se enoja”. Recordó un dicho de Gentile: “La salvación de nuestro gremio es el cariño de la gente por su cara”. La señora preguntó:
– ¿Para dónde miro? ¿Quiere que sonría? Dígame si estoy linda así.
Almanza le pidió que girara despacio la cabeza, de izquierda a derecha, levantando un poco el mentón. Cuando desapareció la papada y no se notaron los pliegues debajo de los ojos apretó el disparador. Después de sacar unas buenas fotos, le pidió que se envolviera la cabeza con el mantón floreado y que se asomara a la ventanita.
– ¿Como anoche, cuando usted vino?
Estaba seguro de que la fotografía iba a ser llamativa y extraña. La señora preguntó:
– ¿Cuándo las voy a ver?
– Mañana.
Parecía contenta.
– Gracias -exclamó-. Permítame darle un beso.
Almanza pensó: “Pobre señora, va a estar menos contenta cuando le diga que no recibí la plata para pagarle la pensión”.
Antes de que llegara a la puerta, lo llamó.
– No sabía que usted era tímido. Conmigo no lo sea. Deme su palabra que siempre va a decirme lo que piensa.
Asintió, aunque no entendía del todo; lo suficiente, sin embargo, para saber que faltaba a la palabra si no preguntaba:
– ¿Llegó algo para mí?
– ¡Con la excitación de la foto, lo olvidaba! -Tragó saliva y continuó: -Llamó su Griseldita. En este preciso momento lo está esperando en la confitería de 53 entre 5 y 6.