Al entrar en la confitería vio a Griselda en una mesa del fondo y pensó que de lejos también era linda. “Mejor así”, pensó, aunque sabía que eso no iba a servir de mucho en la conversación que lo esperaba: más de una pregunta sobre la noche anterior y quejas. Debía aguantar lo que viniera, porque Griselda se portó bien y él (sin proponérselo, es verdad) le faltó.
Por algo solía decir Gentile que las mujeres nos dan veinte vueltas. Después de saludarlo, sin dejar ver ningún enojo, Griselda quedó callada mirándolo. El silencio duró lo necesario para que Almanza de nuevo se preguntara si no debía prepararse para un interrogatorio. Entonces oyó una pregunta increíble:
– ¿Estás enojado conmigo?
Contestó que no. Griselda se puso a explicarle por qué se había demorado en Brandsen más de lo previsto. Al principio no parecía enterada de la visita de Julia, después, sí. Almanza no sabía qué pensar.
– Te aviso que yo, por mi marido, no siento nada. Me largué a Brandsen para hablar con él, porque no quedaba otro remedio. Hay que pelearlo de vez en cuando; si no el desgraciado no se acuerda de la mensualidad de los chicos.
En el acto corroboró Almanza:
– La gente no paga si no la cargosean.
– Yo no cargoseo a nadie -replicó secamente Griselda.
– Estoy seguro.
– ¿Te gusta hablar en una confitería?
Tardó en contestar porque la pregunta lo sorprendió un poco.
– No entiendo -dijo.
– A mí no me gusta. Hay gente oyendo y mirando. Te digo más: hay demasiada gente. Quisiera que estuviéramos solos.
– Vamos al parque. Es claro que no me sobra el tiempo…
– Si te esperan lo dejamos para mejor oportunidad.
– Tengo que pasar por el laboratorio, para revelar y ampliar las fotos que saqué hoy.
– Ha de haber cosas más importantes que la fotografía.
Aunque no sabía por qué, la aseveración lo enojó. Contestó con despecho:
– Es mi trabajo.
– Hay cosas más importantes que tu trabajo. ¿O no? En todo caso, yo quería que habláramos de algo que es importante para mí.
– Vamos al parque.
– ¿A caminar, a cansarnos? Nada me aburre más. Quiero creer que hay otros lugares.
– No sé.
– Hoteles, por ejemplo.
Se dijo “Francamente no tengo ganas de llevarla a un hotel”. Como si le hubiera adivinado el pensamiento, Griselda aclaró:
– No creas que te voy a pedir que te acuestes conmigo.
– Le voy a preguntar al mozo si hay algo por acá.
Mientras tanto se preguntó si lo que tenía en el bolsillo alcanzaría. Ir a un hotel para conversar le parecía un despilfarro. Peor todavía en tiempos de estrechez.