LV

En la puerta la patrona levantaba los brazos en alto y exclamaba:

– ¡Ay, Jesús, María y José! ¿Qué le hicieron a mi muchachito? Voy a curarlo.

Rápidamente aclaró que lo habían curado, se despidió de Julia, pasó adentro y ya en la pieza quedó inmóvil, oyendo el clamoreo de las mujeres. Cerró con llave. Le había llegado el sueño, con toda la fuerza. Mascardi preguntó:

– ¿Qué sucedió, hermano? ¿Una de tus amiguitas te corneó?

– Es para matarse de risa. Me llevé un cajón por delante. Un cajón de muertos. Antes que preguntes dónde, te digo: en la cochería.

– Explicame un poco. ¿Por qué fuiste allá?

– Porque el señor Lo Pietro llamó por teléfono y pidió que fuera.

– ¿Una trampa?

– Así parece.

– No es para matarse de risa.

– Vas a ver. En la cochería me recibe la hija, Carlota de nombre. Me dice que su padre salió, pero vuelve pronto. Quedo esperando entre cajones lo más tranquilo, y de golpe descubro, por un espejo, que un sujeto que tienen allá, apodado el Mono, se me viene encima, con una aguja de vacunar en la mano. Cuando me embiste, lo esquivo, lo empujo, se va al suelo y se tira encima un biombo de espejos.

– ¿De espejos?

– Como oíste.

– Es para no creer.

– Como a mi contrario le tocó la peor parte, emprendo la retirada y lo hago con tal mala suerte que me llevo por delante un cajón.

– Cruz diablo. Yo te previne de no hacer migas con esa morralla.

– Ahora me voy a dormir. No sé por qué, estoy bastante cansado.

– ¿Dejo que te duermas? ¿Te vas a despertar mañana? Prometeme que no te vas a morir.

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