Caminó con rapidez. “Ojalá que encuentre a Mascardi”, pensó. Cuanto antes quería pedirle que hiciera el favor de no seguirlo. Estaba realmente disgustado. Recapacitó, sin embargo, que si el disgusto empezó con la sospecha de que Mascardi lo seguía, se reforzó cuando el viejo le sacó hasta las monedas. “Todavía”, se dijo reprimiendo una sonrisa, “ me veré obligado a reconocer que tan descaminados no andan los que me previenen contra la familia Lombardo; pero en todo esto, vamos a ver ¿qué culpa pueden echarle a Griselda? Ninguna. ¿Y a Julia? Menos”. Un espontáneo impulso de proteger de los calumniadores a las dos mujeres le retempló el ánimo. Notó que nadie caminaba tan rápidamente como él. “Todavía”, pensó, “me voy a ver obligado a reconocer que no sólo por el disgusto me apuro. Hace un fresquete…”. En confirmación de lo dicho, un estremecimiento, como un hilo de agua helada, le recorrió la espalda.
Entró en la pensión, muy seguro de encontrar a Mascardi y resuelto a interpelarlo. Se encontró con Laura. Sentada en un sillón, en medio de la sala, mirando hacia la puerta con sus grandes ojos tristes, le pareció notablemente flaquita, ansiosa y grave. Almanza avanzaba con la mano estirada para el saludo, cuando oyó a sus espaldas:
– ¿Qué te parece, hermano? La señora no me cree.
A lo mejor la sorpresa de ver a Laura le impidió, en el primer momento, reparar en Mascardi, sentado a la derecha de la puerta de entrada. Laura dijo:
– ¿Quién le cree a un policía?
Notó Almanza que algo se movía en la pared, a su izquierda. No puso atención.
– Da la grandísima casualidad que el policía de referencia es un amigo -calmosamente contestó Mascardi.
– Tan amigo no será si nos ocultó que es policía.
De nuevo Almanza entrevió el movimiento en la pared. Doña Carmen (ojos con rimel, labios como un corazón) desde su ventanita le hacía ademanes y visajes, con marcada insistencia. Él volvió la atención a Laura y Mascardi. Éste arguyó:
– No hagamos confusiones. Una cosa es la reserva que te impone el trabajo. Otra, la amistad. Yo soy de los que no le fallan a un amigo.
– Está por verse -dijo Laura.
– No está por verse. Ya me jugué. Saqué la cara por el Viejito. Lo van a soltar.
Con furiosos ademanes, que por momentos parecían obscenos, doña Carmen señalaba con un dedo terminado en una uña colorada, primero a Laura, después la puerta de la pieza, para zarandearlo por último, de un lado a otro, en reiterada negativa. Se dijo Almanza: “Qué fe me tiene la señora”.
Laura contestó a Mascardi:
– Hiciste lo que te conviene. Más de uno quiere agarrarte a balazos.
– A tus amigos les das las gracias en mi nombre. No importa. Lo principal es que hoy, o mañana, sale libre el Viejito.
– Mejor que sea hoy.
– No te discuto. Mejor que sea hoy.