XXVII

Fue hasta la pensión, por si hubiera llegado el giro. No había llegado.

– ¿Qué sucede? -preguntó Mascardi, que salía de la pieza.

– Nada. Casi nada. Se me acaba el dinero.

– Hoy comemos en el restorancito. Una buena alimentación reanima. Es un remedio que no falla.

– No estoy para derrochar.

– Haceme caso. Yo pago.

Conversando, salieron a la calle.

– No puedo comer en restaurante, aunque pague otro, si no tengo lo que debo.

– Haceme caso. El giro va a llegar.

– ¿Y si no llega? ¿O si llega y no alcanza para nada?

– Entra a funcionar el plan Mascardi. En la mitad de la noche, cuando todo el mundo está en el séptimo sueño, dos amigos, cargados con sus pertenencias, abandonan en puntas de pie la pensión y con la mayor tranquilidad se dirigen a otra, en otro barrio.

– Todo el mundo estará en el séptimo sueño, menos la patrona, que no cierra el ojo.

– ¿Nicolás Almanza creyó eso? Un cuento que ella misma pone en circulación, para que los pensionistas no se le escapen en la mitad de la noche.

En tono grave dijo Almanza:

– No está bien que te juegues por mí. Para peor, siendo de la policía.

– ¿Peor siendo de la policía? En ese punto estás completamente equivocado. Te aseguro que la señora va a pensar dos veces antes de presentar una denuncia que puede envolver a un miembro de la repartición.

En el restaurante les dieron la mesa de siempre. El Viejito y Laura, que llegaron al rato, se sentaron con ellos. Laura comentó:

– Hoy al almuerzo no apareció ninguno de ustedes.

– Almorzamos en un café -dijo Almanza.

– Qué le vamos a hacer -dijo Mascardi-. El señor quiere ahorrar. No le mandan la paga.

El Viejito comentó:

– Yo creía que solamente el empleado público pasaba por ese trance. La verdad es que nadie se apura en pagar y que nadie te da respiro a la hora del cobro.

– Me perdonan si tardé -dijo el patrón-. ¿Qué les puedo servir?

– Para nosotros, un puchero -dijo Laura.

– Como ven, no pierde la manía de alimentarme -dijo el Viejito.

– Para el señor, un churrasco a la pimienta, bien picante -dijo Mascardi, señalando a Almanza-. Esta noche tiene que estar al pelo.

– ¿Por qué? -preguntó Almanza.

– ¿No esperabas una visita? -preguntó Mascardi.

– No estoy seguro.

– Por si acaso es mejor que te sirvan comida picante. No queremos que hagas un papelón.

– ¿Qué papelón? -preguntó Almanza.

Los otros se rieron.

– No les hagas caso -dijo Laura-. Son unos groseros y unos envidiosos.

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