Cuando estuvieron solos, Almanza dijo:
– Perdón que te pregunte, ¿por qué me seguís?
– No te sigo, aunque puedo explicarte por qué debiera hacerlo.
– Por favor, no expliques nada. Hablé mal. Quería pedirte que no me sigas.
– No te sigo.
– Entonces ¿por pura casualidad fuiste al mismo hotel?
– Por pura casualidad y porque no hay otro cerca.
– Parece raro.
– Más raro sería que para seguirte, nada más, levantara a la señora de un inspector de estaciones de servicio. No me digas que te volviste engreído.
– Tal vez tengas razón, pero cuesta creer en tanta casualidad.
– Silencio por amore.
– No te entiendo.
Mascardi le guiñó un ojo y movió la cabeza para indicar que mirara. La licenciada estaba cerrando la puerta del cuarto. Cuando la vio de frente, Almanza pensó que ya sabía qué le recordaba. Pasó entre ellos, apenas murmuró un saludo. Almanza le dijo:
– Quiero fotografiarla; ¿podré alguna vez?
– No, gracias -fue la contestación, breve y clara.
– ¿Qué les ha dado hoy a las mujeres? -comentó Mascardi-. Nunca adivinarás con qué me salió la mataca. Que por favor no la moleste. Me gustaría preguntarle qué se ha creído.
Almanza pensó: “Ya sé qué me recuerda esta licenciada con esos grandes ojos, la piel blanca, las dos trenzas a los lados. La paisanita, en óvalo, del aviso de una yerba. Un motivo apropiado para una postal de fin de año. Si tengo un poco de suerte, la voy a fotografiar todavía más parecida que el dibujo”. Agregó: “Yo me entiendo”.
– ¿De qué hablábamos? -preguntó Mascardi.
– No sé… Yo te decía que costaba creer en tanta casualidad.
– Ahora me acuerdo. Cuesta creer en la casualidad, pero ¿cómo explicar que yo esté en el mismo hotel? ¿Paso a paso te seguí con la señora del inspector? O si no ¿cómo supe dónde ibas?
– Vos mismo me contaste del curso para pesquisantes, y que te enseñaron un método que no falla.
– Verdad, pero no creas que me recibí de brujo.
– Has de tener razón.
– Tengo, aunque no sirve. Nadie me cree. Primero, Laura. Después, vos. Es demasiado. Cansa un poco.
– Has de tener razón. A lo mejor ahora entendés que a mí me canse un poco la guerra de todos mis amigos contra la familia Lombardo.
– Todos tus amigos soy yo, según creo.
– Está el viejo Gruter, y Gladys, la ayudante.
– ¿Qué tal es Gladys?
– Una rubia, alemana o inglesa, buena chica. Pero si le oye decir al viejo Gruter que la familia Lombardo es el diablo, no se queda atrás y lo repite.
– Y acierta.
– Es cansador. -Tal vez también estuviera cansado de la discusión, porque dijo: -Diste la cara para que soltaran a Lemonier.
– Exageré, para impresionar a Laura. El Viejito cayó en una redada, con muchos otros en un café, y de todas maneras iban a soltarlo, por falta de méritos.
– ¿Será verdad que quieren balearte?
– Siempre hay alguien que te quiere balear. Si estás en la policía, se entiende. ¿No llegó el giro?
– No llegó.
– Entonces, para hoy a la noche es la partida. Mañana, vida nueva.
– Voy a esperar hasta mañana.
– Hay algo que yo no dejaría para mañana. Buscar otra pensión.
– Ahora voy al laboratorio.
– Salimos juntos. Quiero comprar cigarrillos.