XV

Se dijo que nunca, nada le gustó tanto. Si le prometían otro momento así, no iba a preocuparse por las consecuencias y los disgustos que trajera. ¿A quién se le hubiera ocurrido que el día de llegar se pasearía por toda La Plata con una chica lindísima y a la noche tendría amores con otra, no menos linda, casada y, por si fuera poco, madre de dos hijos, instruida y joven? No se cambiaba por nadie.

En el mejor estado de ánimo se encaminó a su casa. De algún modo se las arreglaría para entrar, así que no debía preocuparse. En cuanto a la anunciada visita de Griselda, por más que hubiera complicaciones, tenía el santo día por delante para encontrar cómo sortearlas y, en todo caso, lo principal era que Griselda quería visitarlo. Un regalo de la suerte.

Confiado en su buena estrella, pensó que al mismo tiempo que él llegaría algún otro pensionista. Como esto no sucedió, golpeó suavemente la puerta. Muy pronto apareció la patrona, en camisón, con un chal colorado sobre los hombros, blanquísimos y desnudos.

– ¡Qué horas de llegar! ¿Ya perdió la llave?

– Por favor, señora, ni se le ocurra. La dejé en la pieza, cuando salí.

– ¡Qué horas de llegar!

– Si me perdona el atrevimiento, señora, ¡qué horas de estar despierta!

Sin duda esa noche le sobraba el aplomo. La patrona vaciló y dijo:

– Se lo perdono, claro, se lo perdono. Estaba con cuidado.

Al pronunciar esta última palabra la boca se le frunció en un mohín. El muchacho se preguntó si estaba conmovida y por qué. En ese momento el reloj dio las dos.

– La verdad que es tarde. Hasta mañana, señora.

– Hasta mañana, hijo mío. Ya es hora que estemos los dos en cama.

Nunca había pensado que la gente de la ciudad fuera así. Todos parecían quererlo y protegerlo. Como decía el viejo Gentile, el que vive aprende.

Para no despertar a Mascardi, abrió la puerta con la mayor suavidad, pero la precaución fue inútil, porque los goznes crujieron. Tomando las cosas en broma, pensó que para la noche convendría comprar una lata de aceite y echar unas cuantas gotas en varias puertas de la casa.

– ¡Qué horas de llegar! -rezongó Mascardi.

– Creéme que no me arrepiento -contestó.

“Ni me reconozco”, se dijo. “Estoy pisando fuerte. No sé qué tengo.” Por de pronto, no todo lo que había pasado esa noche facilitaba las cosas para la siguiente. Que la patrona se mostrara tan buena, cuando él planeaba algo que la iba a disgustar, era más bien molesto. No lo era menos que a las dos de la mañana hubiera oído en seguida sus golpecitos en la puerta. Dijo:

– Mañana voy a precisar tu ayuda.

Mascardi respiró o resopló. Almanza también se durmió pronto.

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