XL

En la puerta estaba la señora Elvira. “Siempre la encuentro cuando sale”, pensó Almanza. “Si no supiera lo de Mascardi, a lo mejor pensaba que es por mí.” La señora le sonrió. Mascardi y ella no se miraron. Almanza se levantó el cuello de la campera porque sentía un poco de frío y comentó:

– A ustedes nadie les gana en disimulo.

– Qué disimulo ni disimulo. A esa mujer no quiero verla.

– ¿Se pelearon?

Mascardi dijo que no y, cuando Almanza preguntó qué había pasado, contestó:

– Absolutamente nada.

– ¿Cómo nada, si fueron al hotelito? ¿No me digas que se echó boca abajo y se puso a llorar?

Mascardi lo miró con asombro.

– Es increíble. -Bruscamente su expresión fue de enojo y desconfianza. -¿Espiaste? ¿O ella te lo contó?

– Por favor.

– ¿Entonces?

– Una idea que tuve, nomás.

– ¿Qué idea?

– Cuando dijiste que no pasó nada, me dije “le pasó lo que a mí”.

– ¿Qué te pasó?

– Cierro la puerta y cuando me doy vuelta la encuentro tirada boca abajo, llorando en la cama. No podía creerlo.

– ¿Estás diciendo la verdad? -preguntó Mascardi.

– ¿Por qué voy a mentir?

– Es increíble.

– ¿Qué?

– Adivinaste, hermano. Por esta cruz que yo no le cuento a nadie, ni siquiera a mi amigo Nicolasito Almanza, un traspié que me deje mal parado. Pero si a los dos nos pasó lo mismo, hasta me dan ganas de echarlo a la risa. La llevo, porque a la señora se le antoja, pero después llora, no pasa nada y tengo que pagar la pieza, como un gil. ¿Te digo lo que me da más rabia? No haberla obligado a que pagara ella. ¿Vos la obligaste?

– No.

– Cortados por la misma tijera, hermano. Sonsos los dos. No se lo contemos a nadie. Que no sepan en Las Flores que dejamos el pago tan mal parado en la ciudad capital. ¿Vos creés que somos dos infelices? Yo creo que no. Para mí, somos dos tipos a la antigua. Mirá, me siento más amigo tuyo que nunca. Acompañame a comprar cigarrillos y yo te acompaño al laboratorio.

Загрузка...