XII

Acompañó a Mascardi al restaurante. En la puerta se encontraron con el Viejito Lemonier que preguntó:

– ¿Tomamos esa mesa? Está libre.

A su vez el patrón preguntó:

– ¿Tres cubiertos?

– Dos -contestó Almanza-. Yo me voy en seguida.

– ¿Creíste por un instante que iba a quedarse con nosotros? -dijo Mascardi a Lemonier-. Cómo se ve que no estás familiarizado con el sujeto. En la propia mañana de su llegada se armó de nuevos amigos y esta noche lo invitaron a cenar con ellos. Mejor dicho, con ellas.

– Feliz de él.

Mascardi explicó:

– Lo malo es que los supuestos amigos forman una familia. Una familia de arañas, y Almanza ya está en la tela.

– Hasta mañana -dijo Almanza.

– No te enojes -dijo Mascardi.

– No me enojo. Quiero llegar a la hora. Aunque no me creas, soy puntual.

– Cuando se trata de esa familia.

Pensó que Mascardi, Gruter y la misma doña Carmen querían protegerlo. A lo mejor sabían por qué y lo hacían por su bien. Todos estaban contra la familia Lombardo. A lo mejor un día lograba amigar unos con otros y vivían en paz.

En la pensión de los Lombardo lo recibió Griselda, con muestras de afecto y resplandeciente de belleza. Almanza pensó que nunca había visto a una persona tan limpia. Le gustó, además, la vestimenta: una especie de túnica negra, muy apretada y corta, con infinidad de redondeles de vidrio o espejitos, que producían reflejos cuando se movía.

– Ya pensé que me había plantado. No me haga caso, soy una mala. El apuro es porque vamos al teatro. Empieza a las nueve.

Iba a decir gracias, pero pudo más la curiosidad y preguntó:

– ¿A qué teatro?

– Una ópera, El Demonio, del famoso músico Rubinstein. ¿Lo conoce?

– No -aseguró Almanza.

– La patrona, aquí, dice que es famoso. Papá y Julia ya se fueron, porque son unos impacientes y dicen que si uno pierde el principio no entiende nada. Yo me quedé para esperarlo.

– Gracias.

– No tiene que darme las gracias, porque voy a pedirle un gran favor. Lo hago porque usted es un gran amigo.

– Claro que soy -dijo con orgullo.

– ¿Me acompaña hasta la pieza?

En un primer momento no entendió; quién sabe por qué pensó que le hablaba del teatro. Todo fue tan inesperado que se sintió un poco aturdido. De buen ánimo siguió a Griselda escaleras arriba. Evidentemente la patrona trataba a las hermanas Lombardo con respeto. No pudo menos que advertir la diferencia entre una pensión y otra.

La pieza no parecía la misma de la tarde anterior. Todo estaba en perfecto orden, con las tres grandes camas, la camita donde dormía Rosalía y la cuna con el bebe. Los Lombardo le abrían de par en par la entrada a su vida familiar. Los que pensaban lo que no es, se equivocaban. Allí no había más que limpieza y decencia.

Griselda le dijo:

– Le iba a pedir que se quedara con los chicos hasta que volvamos de la función. Un rato nomás. No le van a dar trabajo, así que le dejo la revista que estoy leyendo, para que no se aburra.

También le dejó instrucciones precisas.

– No mecer la cuna por más que llore el bebe. Si no, usted se va a pasar la noche meciéndola. Los chicos, una mala comparación, se parecen a los animales. En cuanto uno afloja, se vuelven mañeros. Eso sí, le da la mamadera a las once en punto.

Le previno que en un primer momento, el tipo (así llamaba cariñosamente al bebe) presentaría resistencia.

– Oiga bien un consejo: impóngase. El tipo está acostumbrado a mi pecho y, es claro, si le meten otra cosa, berrea. ¿Usted no haría lo mismo? Aquí, en el termo, está la leche, bien calentita. La pasa a la mamadera y se la da. Aquí hay un pañal limpio, por si acaso. Usted me entiende.

Preguntó alarmado:

– ¿Sabré poner el pañal?

– Haga de cuenta que es un chiripá.

– Nunca puse un chiripá.

– Si tiene alguna duda, despierte a la nena. Es una mujercita hecha y derecha y sabe todo mejor que yo. ¿Puedo besarlo?

Le dio un beso en la frente.

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