LXII

Eran casi las siete y veinte. Corrió a la pensión de los Lombardo. En cuanto lo vio, la patrona le preguntó si la había encontrado. Contestó que no. Ella dijo:

– Hará cosa de minutos que se fueron para la cena. Pensé que usted estaría allá. Daba gusto verlos: la señora Griselda, tan elegante, el señor, paquetísimo.

– ¿Y Julia?

– La señorita Julia no volvió en todo el día. Pensé que ustedes se habían encontrado.

Se dijo que no iba a olvidar esa frase.

La patrona se apartó apenas de su tono indiferente, para asegurar:

– Si camina ligero los alcanza.

Caminó ligero, no para alcanzarlos, para pasar por la otra pensión, por si Julia había dejado un mensaje o, mejor todavía, si estaba esperándolo.

No había nadie en la puerta ni en la sala. Fue a su pieza. En seguida notó que le faltaba la valija. Se dijo: “Menos mal que no dejé la cámara”. Cerró la puerta con llave y golpeó en la ventanita. Del cuarto de doña Carmen salió la licenciada.

– ¿Ahora qué se le ofrece? -preguntó.

– Quería saber si estaba doña Carmen.

– ¿No se acuerda que la invitó a cenar?

– Me acuerdo. Pudo no ir.

– A mí no me invitó.

– ¿Hubiera aceptado?

– Cómo se le ocurre.

– ¿Entonces?

– ¿Es todo?

– ¿Llamó alguien para mí?

– ¿Por quién me toma? No estoy para servirlo.

Le admiraba que esa mujer, con su aire de paisanita dulce, fuera tan brava. Debió contenerse para no preguntar si estaba segura de que la señorita Julia no había llamado, pero comprendió que era inútil.

Salió, apuró el paso, muy pronto llegó a la parrillada El Estribo. Entró en el salón, se detuvo cerca de la puerta, detrás de gente que esperaba una mesa libre. Pudo ver, en el fondo, a sus invitados: animosos, contentos unos con otros y con el agasajo. Don Juan explicaba quién sabe qué a doña Carmen y a Gruter, mientras Mascardi reía con Griselda y con Gladys. En cuanto al Viejito y Laura, acertó Mascardi: no estaban. Al descubrir que tampoco estaba Julia sintió que le latía el corazón. “Ahora qué voy a hacer entre esa gente.”

Retrocedió, salió a la calle. Por un instante creyó que Julia se había enojado. “Eso explica todo: por qué no la encontré hoy, por qué no vino.” Recapacitó y murmuró como si discutiera con alguien: “Es no conocerla”. Hablaba solo mientras caminaba. “Nunca me conformaré si no la veo.” Había tardado en comprender cuánto le importaba y, más todavía, cuánto iba a extrañarla y qué pronto. Estaba diciéndose: “Me da miedo pensar que mañana no podré verla y que todos los días siguientes serán iguales”, cuando entró en la terminal y vio a Julia.

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