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Cuando Almanza entró en la pensión de los Lombardo, la patrona lo recibió con el comentario:

– Menos mal. Yo me decía: si no llega ¿quién lo aguanta al viejo?

– ¿Está en la pieza?

– Como un león enjaulado.

Subió la escalera, no sin detenerse a mirar los vitrales. Eran tan lindos como en el sueño, pero tal vez menos que los otros, los que vio con Gladys. Qué raro: siempre fue partidario de las figuras y ahora prefería esos cuadraditos o losanges. Tal vez porque le recordaban el arlequín de una lámina que le gustó mucho, de un libro que tenía Gentile. Golpeó a la puerta.

– Adelante -dijo, desde adentro, don Juan.

Sentado en un sillón de hamaca, tendía una mano que retiró apenas tocó la de Almanza. Éste le dio las buenas tardes.

– ¿Se puede saber qué estuviste haciendo hasta ahora?

El tono en que fueron dichas las palabras era de irritación y de cansancio.

– Primero, fotografías.

– Vaya, vaya.

Don Juan lo miraba bondadosamente y en su boca se entreveía una sonrisa de diversión.

– Trabajé bastante bien.

– ¡Qué gran noticia!

– No puedo quejarme.

– Yo sí. Ayer te hago partícipe de un plan que me afecta en lo más hondo. Hoy te digo que vengas ¡y vean la hora de llegar!

Una confusa, rápida situación ocurrió entonces. La puerta se abrió y apareció Julia. Se levantó don Juan del sillón, recogió un sobre que había sobre la mesa y lo guardó en un bolsillo. Julia tomó de un brazo a Almanza, le dio un beso, le dijo:

– No aflojes -y en voz más alta-. Ingrato, ¿cuándo te veo?

Don Juan lo tomó del otro brazo y lo condujo hasta la puerta.

– Bueno -exclamó-. No te retengo más.

Almanza balbuceó:

– Pero usted me dijo…

Interrumpió don Juan.

– No es molestia. Salgamos. Te acompaño unas cuadras. El que no se ventila, se entumece.

– Yo pensaba… -insistió Almanza.

Julia le sonreía. Don Juan le dijo:

– ¿A quién le interesa lo que pensaste? Un mozo presumido. -Volvió a tomarlo del brazo y lo empujó hacia la escalera. -Por favor, salgamos.

Almanza logró decir:

– Créame, don Juan, no sé de qué habla.

– ¿Nunca te dijeron que no eras avispado?

– Que yo recuerde, no.

– Tampoco has de recordar lo que te dije ayer. No quiero hablar delante de las muchachas. Te lo dije y te lo repito: no deben enterarse Julia y Griselda; son demasiado sensibles. Hasta capaces de ofuscarse y traer dificultades. Por ese motivo te saqué, para hablar a solas, de hombre a hombre.

– Hable, señor.

– Vamos a un café, a conversar, como gente que se respeta.

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