Por la calle 4 llegó a 73 y, por ésta, siguió hasta la plaza Moreno. En la catedral buscó un vitral de pequeños losanges de colores, que era el que más le gustaba; graduó la cámara en 30 de velocidad y 2,8 de abertura, y sacó cinco o seis fotografías. “Qué suerte”, pensó, “que hoy no me siga esa vocecita de cuis. Trabajo con otra calma”. Era increíble: la vocecita salía de la boca cerrada o de la barriga de Gladys. “¿Cómo hará para hablar así?” Vagamente atribuyó el hecho a la ignorancia, aunque estaba seguro de que en todas las cosas, menos la fotografía, Gladys sabía más que él. Fotografió de nuevo el vitral, con el foco en cada uno de las tres aberturas inmediatas.
En 52 le pareció ver a Julia, de lejos, de espaldas, entre la gente que se disponía a cruzar la avenida 7. Corrió hacia ella, para descubrir, cuando estuvo a su lado, que era una desconocida. “Con tal que no sea un mal signo”, se dijo y después: “¿Por qué tengo este pensamiento, si nunca creí en cábulas? Con tal que no me vaya sin verla”.
En el restaurante preguntó por Mascardi. El patrón le contestó:
– No se deja ver por acá.
Pensó: “Qué problema si no lo encuentro”. Caminó rápidamente, rumbo a la estación. Cruzó las vías, entró en la parrillada. Desde la puerta vio a Mascardi, en una mesa del fondo.
– Te busqué en el restaurante.
– Francamente uno se aburre de ver siempre las mismas caras. Además, ¿para qué mantener a esos ladrones, cuando otros iguales te dan la comida por mitad de precio? Hoy no te hago compañía, hermano, porque se me hace tarde.
– No almuerzo. Ando con el tiempo justo.
– ¿Vamos yendo, entonces?
– Vamos yendo. Quiero pasar por la pensión.
– Te acompaño. ¿Vos también estás apurado?
– Salgo para Tandil, a las ocho y media.
– Es verdad, ibas a la terminal. ¿Dijiste que te vas hoy, a las ocho y media? Una barbaridad, una grandísima barbaridad, si no presentás la denuncia. Te toma media hora.
– No puedo.
– Te pido que me escuches bien: esa gente trató de dormirte, no sabemos con qué propósito, o de matarte. ¿Está claro?
– Te dije que no iba a presentar la denuncia.
– Tampoco estoy de acuerdo en que te vayas con ese apuro. Como el que se escapa. ¿Oíste? Como el que está muerto de miedo.
– No estoy muerto de miedo. Lo que piense Lo Pietro no me importa.
– ¿Y lo que piensen las muchachas? No van a quedar muy contentas.