Capítulo III



Five, six, pick up sticks[3]

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Veinticuatro horas más tarde Japp telefoneaba a Poirot. Su tono era amargo.

—¡Ya está todo aclarado!

—¿Qué quiere decir, amigo mío?

—Que Morley se suicidó. Ya sabemos el motivo.

—¿Cuál fue?

—Acabo de recibir el informe del doctor acerca de la muerte de Amberiotis. No voy a repetirle las palabras técnicas, pero en lenguaje sencillo le diré que ha fallecido a consecuencia de unadosis abusiva de adrenalina y procaína. Le atacó el corazón y ha sufrido un colapso. Cuando anoche nos dijo que no se encontraba bien, el pobre diablo solo decía la verdad. Pues bien, en conclusión: adrenalina y procaína es la mezcla que los dentistas inyectan en las encías, anestesia local. Morley, por error, inyectó una dosis extraordinaria, y cuando se dio cuenta de lo que había hecho no fue capaz de arrostrar las consecuencias y se disparó un tiro.

—¿Con una pistola que no tenía?—preguntó Poirot.

—Pudiera ser que la tuviera. Los familiares no lo saben todo. Le sorprendería la de cosas que ignoran a veces.

—Eso sí es verdad.

—Bueno..., ya ve usted: es una explicación lógica de lo sucedido.

Poirot dijo:

—¿Pues sabe que no me satisface del todo? Es cierto que algunos pacientes reaccionan desfavorablemente ante esas anestesias. Es bien conocida la idiosincrasia de la adrenalina, que, combinada con procaína, produce efectos tóxicos, aun empleada en pequeñas dosis. Pero el doctor o el dentista que la hubiera empleado no acostumbra suicidarse.

—Sí, pero usted se refiere a los casos en que el empleo del anestésico sea normal. En esas circunstancias, el cirujano no tiene nada que reprocharse. Es la idiosincrasia del paciente la causa de su fallecimiento. Pero en este caso está bien claro que le administraron una dosis excesiva. Aún no se conoce la cantidad exacta (parece ser que esos análisis llevan mucho tiempo), pero es seguro que fue una dosis fuera de lo normal. Eso significa que Morley debió de equivocarse.

—Incluso en ese caso—dijo Poirot—sería un error y no un asunto criminal.

—Sí, pero ¿qué bien iba a hacerle en su profesión? Habría sido su ruina. Nadie visita a un dentista capaz de administrarle dosis mortales de veneno solo porque es un tanto distraído.

—Admito que hay algo de verdad.

—Esas cosas suceden a médicos..., farmacéuticos. Durante años son cuidadosos y de toda confianza, y luego, en un momento de distracción, el mal está hecho, y los pobres diablos pagan las consecuencias. Morley era hombre sensible. En el caso de un médico, siempre hay un farmacéutico o un preparador a quien echar la culpa, o con quien compartirla. En este caso, Morley era el único responsable.

—¿Y no habría dejado algún mensaje diciendo lo hecho, que no era capaz de afrontar las consecuencias, o algo por el estilo? ¿O unas palabras para su hermana?

—Tal como yo lo veo, no. Al darse cuenta de lo ocurrido, perdería el dominio de sus nervios y eso le hizo tomar el camino más corto.

Poirot no respondió.

Japp seguía hablando.

—Le conozco, viejo amigo. Una vez que usted mete las narices en un caso de muerte, quiere que sea asesinato. Confieso que esta vez he sido yo quien le ha metido en esto. Bueno, me equivoqué, lo confieso. Se acabaron las explicaciones.

—Yo sigo pensando que puede haber otra explicación.

—Y muchísimas. He pensado en ello, pero todas me parecen demasiado fantásticas. Supongamos que Amberiotis matase a Morley y una vez en su casa se suicidase presa de remordimientos utilizando drogas sustraídas de la clínica de Morley. Si esto le parece probable, yo lo considero increíble. En el Yard hemos encontrado un informe de Amberiotis muy interesante. Comenzó en Grecia con una casa de huéspedes reducida, y luego se mezcló en la política. Dedicóse al espionaje en Alemania y Francia..., con lo que hizo algo de dinero. Pero así no se hacía rico lo bastante aprisa, y se cree que llevaría a cabo algunos chantajes. No era persona escrupulosa nuestro Amberiotis. El año pasado estuvo en la India y les sacó dinero a los príncipes nativos con bastante desparpajo. Lo difícil era encontrar pruebas contra él. ¡Escurridizo como una anguila! Queda otra posibilidad. Que hubiese utilizado el chantaje con Morley, y este, aprovechando la ocasión, le inyectara adrenalina y procaína con la esperanza de que el veredicto fuese: «Accidente desgraciado» por idiosincrasia o algo por el estilo. Luego, una vez se hubo marchado su víctima, Morley, presa de remordimientos, se suicida. Eso es posible, pero no puedo imaginar a Morley como asesino consciente. No. Estoy casi seguro de que fue como dije primero: una lamentable equivocación cometida en una mañana de excesivo trabajo. Tendremos que dejarlo así, Poirot.

—Ya—dijo el detective con un suspiro—. Ya veo...

Japp añadió, con amabilidad:

—Sé lo que siente, viejo amigo; pero no puede tratarse siempre de un asesinato. Todo lo que puedo decir a modo de disculpa es la frase tan sabida: «¡Siento haberle molestado!» Adiós.

Y colgó el receptor.

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