Capítulo X



Nineteen, twenty, my plate's empty[12]

Hércules Poirot regresaba a su casa por las desiertas calles.

Una figura se le aproximó.

—¿Qué tal? —dijo mister Barnes—. ¿Cómo lo ha tomado?

—Lo ha confesado todo y pide que se le perdone. Dice que el país le necesita.

—Y es cierto —admitió mister Barnes—. ¿No lo cree usted así?

—Sí.

—Bien.

—Podemos equivocarnos.

—Nunca lo he creído. Pero pudiera ser —repuso mister Barnes.

Anduvieron un trecho en silencio, y entonces Barnes inquirió, curioso:

—¿Qué está pensando?

Porque los que rechazaron la palabra de Dios, le rechazaron también como Rey.

—¡Hum..., ya sé!—dijo mister Barnes—. Palabras de Saúl después de la lucha contra los amalaquitas. Sí, puede considerarlo así.

Siguieron andando hasta que Barnes se detuvo.

—Yo tomo el Metro aquí. Buenas noches, Poirot —hizo una pausa y, armándose de valor, dijo—: Sabe..., me gustaría decirle una cosa.

—¿Sí, mon ami?

—Creo que debo decírselo. Le despisté sin querer. Se trata de Albert Chapman, Q.X. 912.

—¿Sí?

—Yo soy Albert Chapman. Por eso me interesaba tanto este caso. Yo nunca estuve casado.

Y se marchó, riéndose a carcajadas.

Poirot permaneció inmóvil. Luego, enarcó las cejas y, sonriente, díjose: «Nineteen, twenty, my plate's empty...»

Y se fue a su casa.

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