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En la Casa Gótica, Poirot fue recibido por el secretario del banquero, un joven alto y muy educado.

—Lo siento mucho, mister Poirot, y también mister Blunt. Pero ha tenido que ir a la calle Downing a causa del lamentable incidente de anoche. He llamado a su piso, pero usted ya había salido.

El joven continuó con rapidez:

—Mister Blunt le ruega acepte pasar el fin de semana en su finca de Kent. Ya sabe: en Exsham. De ir, pasaría a buscarle en su coche mañana por la tarde.

Poirot vacilaba y el joven le convenció.

—Mister Blunt está deseando verle.

—Gracias. Dígale que acepto—dijo Poirot con una inclinación de cabeza.

—¡Magnífico! Mister Blunt estará encantado. ¿Le parece bien que le pase a recoger a eso de las seis menos cuarto? ¡Oh, buenos días, mistress Olivera!

La madre de Jane Olivera acababa de entrar. Iba vestida con elegancia, y un sombrero colocado en la frente ocultaba parte de su peinado muy soignée.

—¡Oh, mister Selby! ¿Le ha dicho algo mister Blunt sobre las sillas del jardín? Quería hablar con él anoche, porque nos vamos este fin de semana y...

Mistress Olivera reparó en el detective y se detuvo.

—¿Conoce a mistress Olivera, mister Poirot?

—Ya he tenido el placer de conocerla —y se inclinó.

—¡Oh! ¿Cómo está usted? —repuso mistress Olivera—. Mister Selby, ya sé que Alistair Blunt es un hombre demasiado ocupado y que no da importancia a éstos detalles domésticos.

—No se preocupe —le dijo el eficiente mister Selby—. Me habló de ello y telefoneé a mister Deevers.

—Bien, eso me quita un peso de encima. Ahora, mister Selby, si usted quisiera decirme...

Mistress Olivera siguió charlando. Según Poirot, se parecía bastante a una gallina. ¡Una gallina grande y gorda! Parloteando se acercaba a la puerta.

—... ¿y está usted seguro de que estaremos solos este fin de semana?

—¡Hum!—mister Selby carraspeó—. mister Poirot viene también.

Mistress Olivera se detuvo y miró a Poirot con manifiesto desagrado.

—¿Es verdad eso?

—Mister Blunt ha tenido la amabilidad de invitarme—dijo Poirot.

—¡Qué extraño! Usted me perdonará, mister Poirot; pero mister Blunt me dijo que deseaba pasar este fin de semana tranquilo y en familia.

—Mister Blunt tiene grandes deseos de que venga mister Poirot—dijo Selby con firmeza.

—¡Oh! ¿De veras? No me dijo nada.

Se abrió la puerta y Jane preguntó, impaciente:

—¿Vienes, mamá? ¡Nuestra cita es a la una y cuarto!

—Ya voy, Jane. No seas impaciente.

—Bueno, apresúrate, por lo que más quieras... ¡Hola, mister Poirot!

De pronto se puso seria y angustiada.

—Mister Poirot viene a Exsham con nosotros a pasar el fin de semana —dijo la madre con frialdad.

—¡Ah, ya!

Jane Olivera dejó paso a su madre, pero antes de seguirla se volvió.

—¡Mister Poirot!

Era un mandato. Poirot se aproximó a ella, que le habló en voz baja.

—¿Viene usted a Exsham? ¿Por qué?

El detective encogióse de hombros.

—Ha sido idea de su tío.

Jane dijo:

—Pero él no puede... No puede... ¿Cuándo le invitó? ¡Oh, no hay necesidad de...!

—¡Jane!

Su madre la llamaba desde el vestíbulo, y Jane se apresuró a susurrar:

—¡Quédese! No vaya, por favor.

Y se fue. Poirot las oyó discutir.

«No voy a tolerar esos modales, Jane. Tomaré mis medidas para que no te mezcles en es-to...»

—Entonces, un poco antes de las seis —le decía el secretario—, mister Poirot.

Poirot hizo un gesto mecánico de asentimiento. Estaba inmóvil como quien acaba de ver un fantasma. Pero fue su oído y no su vista lo que le impresionó. Las dos frases que llegaron hasta él eran bastante parecidas a las que oyera por teléfono, y ahora ya sabía por qué la voz le era familiar.

Al salir a la luz del sol se preguntó: «¿Mistress Olivera?» Pero eso era imposible. No pudo ser ella quien le hablara por teléfono.

«Una mujer insustancial, egoísta, avara. ¿Cómo acababa de calificarla interiormente? ¿Gallina gorda? C'est ridicule!—dijose el detective—. Mis oídos debieron de engañarme, y, sin embargo...»

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