2



Poirot llegó a Scotland Yard, preguntando por Japp, y una vez fue introducido en su despacho, dijo:

—Quiero ver a Carter.

—¿Qué se le ocurre ahora?—dijo Japp, mirándole de reojo.

—¿Es que no quiere?

Japp se encogió de hombros.

—¡Oh! Yo no soy quién para impedirlo. No serviría de nada. ¿Quién es aquí el niño mimado? Usted. ¿Quién se ha metido el Ministerio en el bolsillo? Usted, silenciando sus escándalos.

La mente de Poirot recordó por unos momentos el caso que dio en llamar Los establos de Augías[10], y murmuró con satisfacción:

—Fue ingenioso, ¿eh? Tiene que reconocerlo. Digamos, bien planeado.

—¡Nadie sino usted habría pensado una cosa así! Algunas veces, Poirot, pienso que no tie-ne usted escrúpulos.

El rostro del detective se puso repentinamente serio.

—Eso no es cierto.

—¡Oh, está bien, no quise decir eso! Pero está tan satisfecho de su condenada ingenuidad. ¿Para qué quiere ver a Carter? ¿Para preguntarle si fue él quien mató a Morley?

Ante el asombro de Japp, Poirot movió la cabeza afirmando.

—Sí, mi amigo; esa es precisamente la razón.

—¿Y supongo que cree que se lo dirá?

Japp sonreía, pero Hércules Poirot permaneció serio.

—Puede que me conteste... que sí.

—¿Sabe una cosa? Hace mucho tiempo que le conozco... ¿Veinte años? Más o menos. Y aún no sé adonde quiere ir a parar. Sé que le preocupa Francis Carter. Por alguna razón no quiere que sea culpable.

—No. No. Está usted equivocado—dijo Hércules Poirot, meviendo la cabeza con energía—. Hay otra razón...

—Creí que, a lo mejor, era por esa... rubita. En cierto modo es usted un sentimental...

—No soy yo el sentimental—Poirot se indignó—. ¡Ese es un defecto inglés! Es Inglaterra la que llora por los jóvenes enamorados, madres fallecidas y niños infelices. Yo soy lógico. Si Francis Carter es un asesino, no seré lo bastante sentimental como para desear que se una en matrimonio a una joven bonita, pero vulgar, que si le ahorcaran le olvidaría al cabo de uno o dos años por cualquier otro.

—Entonces, ¿por qué no quiere creer en su culpabilidad?

—Yo sí quiero. ,

—¿Es que ha encontrado algo que pruebe su inocencia? ¿Por qué esconderlo entonces? Debe jugar noblemente con nosotros, Poirot.

—Yo soy leal con usted. Muy en breve le daré el nombre y la dirección de un testigo que será definitivo. Su evidencia hará que no tenga escapatoria.

—Pero entonces, ¡oh!, me estoy armando un lío. ¿Por qué tiene tanto afán por verle?

—Para mi satisfacción—repuso el detective.

Y no le pudo sacar más.

Загрузка...