2



Al día siguiente Japp le llamó por teléfono. Su voz tenía un tono curioso.

—Poirot, ¿quiere saber unas cuantas novedades? Se acabó, muchacho, se acabó.

Pardon. La línea no está quizá bien conectada. No entiendo bien.

—Se acabó, muchacho, ¡se acabó! ¡Vaya un día! ¡Ya podemos cruzarnos de brazos!

Poirot, sorprendido, captó la amargura de su voz.

—¿Qué se acabó?

—Las pesquisas. La alarma. La publicidad. Todos esos ardides.

—Todavía no lo entiendo.

—Bien; escuche, escuche con atención, porque no puedo mencionar nombres. ¿Sabe lo que andamos buscando? ¿Sabe que estábamos barriendo el país en busca de un bicho comediante?

—Sí, sí. Ahora comprendo.

—Pues bien. Se da por terminado. Tenemos orden de que no se hable más de ello, que se olvide. ¿Me entiende ahora?

—Sí, sí; pero ¿por qué?

—Orden del maldito Ministerio de Negocios Exteriores.

—¡Es extraordinario!

—Sí, sucede pocas veces.

—¿Por qué harán eso con la señorita..., con ese bicho comediante?

—No les importa un comino. Es por la publicidad... Si se llega a un proceso podría salir a relucir A. C: el cadáver. ¡Ahí está el misterio! No conviene que su esposo..., mister A. C... ¿Me comprende?

—Sí, sí.

—Estará en algún lugar estratégico por el extranjero y no querrán que se sospeche de él. ¡Vaya usted a saber qué hay tras todo esto!

—¡Pchs!

—¿Qué ha dicho?

—Nada, mon ami, ha sido una exclamación.

—¡Ah! Creí que estaba acatarrado. Dejando escapar a esta dama lo veo todo negro.

—No se escapará—dijo Poirot sin alzar la voz.

—¡Le digo que tenemos las manos atadas!

—Las suyas, quizá; las mías, no.

—¡Mi buen Poirot! Luego, ¿piensa continuar?

Mais, oui, hasta la muerte.

—Bueno, pero no deje que sea su muerte. Si este asunto continúa como empezó, es probable que le manden por correo una tarántula envenenada.

Al colgar el receptor se dijo: «¿Por qué habré empleado esa frase melodramática «Hasta la muerte»? Vraiment, eso es absurdo.»

Загрузка...