Capítulo V



Nine, ten, a good fat hen[5]

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Al salir de la vista del proceso, Japp dijo en tono jovial a Poirot:

—¡Buen trabajo!..., pero ya sabe que yo tampoco estaba satisfecho con el cadáver. No se golpea el rostro de una muerta por placer. Es algo desagradable, y estaba bien claro que fue hecho por algún motivo. Y solo existe uno: para encubrir su identidad —y añadió con generosidad—: pero yo no hubiese caído tan pronto.

—Y eso que las características eran las mismas —dijo Poirot con una sonrisa—. Mistress Chapman era elegante, atractiva y vestía a la última moda. Miss Sainsbury Seale era descuidada y no usaba colorete ni rouge. Pero las dos eran cuarentonas, recias y de la misma estatura y constitución, y ambas se teñían el pelo de rubio.

—Sí, claro, visto así; pero tiene que admitir una cosa..., la rubia Mabel no fue sincera con nosotros. Hubiese jurado que era una buena persona.

—Pero ¡si lo era, amigo mío! Conocemos toda su vida pasada.

—Ignorábamos que fuese capaz de cometer un asesinato. Y ahora resulta que Sylvia no mató a Mabel, sino que fue Mabel quien asesinó a Sylvia.

Hércules Poirot movió la cabeza preocupado. Le costaba reconocer a Mabelle Sainsbury Seale como asesina. En sus oídos aún resonaba la vocecilla irónica de mister Barnes: «Busque entre la gente respetable.» Mabelle Sainsbury Seale evidentemente lo fue.

—Voy a terminar este caso, Poirot —dijo Japp, con énfasis—. Esta mujer no volverá a engañarme.

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