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Cuando Poirot llegó a su casa, George le anunció:

—El primer inspector Japp está aquí, señor.

Japp, con su sonrisa peculiar, saludó al detective cuando este entró en el salón.

—Aquí estoy, viejo amigo. ¿Quién dijo que no es usted maravilloso? ¿Cómo lo consiguió? ¿Qué le hizo pensar esas cosas?

—¿Qué significa todo esto? Pero, pardon, ¿quiere tomar algo? ¿Whisky?

—Sí, prefiero whisky.

Minutos después levantaba su vaso, exclamando:

—¡Brindo por Hércules Poirot, que nunca se equivoca!

—No, no, mon ami.

—Estamos ante un evidente caso de suicidio. Hércules Poirot dice que es un asesinato..., quiere que sea asesinato..., lo revuelve todo..., y es asesinato.

—¿Ah? ¿Al fin se ha convencido?

—Nadie puede decir que sea un testarudo, pero solo me rindo ante la evidencia, y es que antes no había ninguna.

—¿Y la hay ahora?

—Sí, y he venido a hacer las arriende honorable, como usted lo llama, y contarle los descubrimientos más notables.

—Mi buen Japp, estoy ansioso por conocerlos.

—Pues bien, ahí van: el revólver con que Francis Carter quiso asesinar a Blunt es igual al que usó el asesino de Morley.

—¡Eso es extraordinario!

—Sí. Se le ha puesto el asunto muy negro a Francis Carter.

—No es una prueba definitiva.

—No. Pero sí lo suficiente para que revisemos el veredicto de suicidio. La pistola es de una marca extranjera y poco corriente.

Hércules Poirot quedó pensativo, enarcando las cejas. Al fin dijo:

—¿Francis Carter? No, seguro que no.

—¿Qué le pasa, Poirot? —Japp exhaló un suspiro de desesperación—. Primero dijo que Morley fue asesinado, y cuando yo vengo a decirle que estamos inclinados a creer su punto de vista, parece que no le gusta.

—¿De veras cree que Morley fue asesinado por Francis Carter?

—Concuerda. Carter no tenía simpatía a Morley..., eso lo sabemos todos. Aquella mañana fue a la calle Reina Carlota..., luego, dijo que fue allí para hablar a su novia de su nuevo empleo..., pero hemos descubierto que entonces aún no lo tenía. No lo supo hasta última hora del día. Lo ha confesado. Así que ahí está su mentira número uno. No puede precisar dónde estuvo de las doce y veinticinco en adelante. Dice qué paseando por la calle Marylebone, pero lo primero que puede probar es que entró en un bar a la una y cinco. El barman dice que estaba muy alterado, pálido como un muerto y que le temblaban las manos.

—Eso no encaja en mi teoría —suspiró Hércules Poirot, moviendo la cabeza.

—¿Cuál es?

—Lo que me dice es muy desconcertante. Sí, mucho. Porque..., ¿sabe?... De ser cierto...

La puerta abrióse lentamente y George murmuró con respeto:

—Perdone, señor, pero...

No pudo continuar: miss Gladys Nevill le apartó a un lado, irrumpiendo en la habitación, hecha un mar de lágrimas.

—¡Oh mister Poirot!

—Le espero luego—dijo Japp, abandonando la estancia precipitadamente.

Gladys Nevill le dedicó una mirada cargada de veneno.

—Este es ese inspector de Scotland Yard que ha echado todas las culpas sobre el pobre Francis.

—Vamos, vamos. No se agite.

—Sí. Lo ha hecho. Primero dijo que quiso matar a Blunt, y no contento con eso, ahora le acusa de haber asesinado al pobre mister Morley.

Hércules Poirot carraspeó y dijo:

—Recuerde que yo estaba en Exsham cuando dispararon contra mister Blunt.

—Pero aunque Francis hiciese una cosa semejante —dijo Gladys Nevill, confusa—, es uno de los camisas imperiales. Desfilan con sus estandartes y tienen un saludo ridículo..., y creo que la esposa de mister Blunt fue una hebrea destacada. Debieran ayudar a estos pobres hombres... inofensivos, como Francis..., cuando creen que están haciendo algo maravilloso y patriótico.

—¿Es esa la defensa de Francis Carter?

—¡Oh, no! Francis jura que no hizo nada y que nunca había visto esa pistola. Yo no he hablado con él. No me hubiesen dejado..., pero su abogado me lo ha dicho. Francis dice que es una trampa.

—¿Y su defensor opina que su cliente debiera buscar una historia más verídica?

—¡Los abogados son tan intrincados! Nunca dicen las cosas directamente. Pero lo que me preocupa es la acusación de asesinato. ¡Oh, mister Poirot, estoy segura de que Francis no puede haber matado a mister Morley! Quiero decir... que no tenía motivos.

—¿Es cierto que cuando vino aquella mañana aún no tenía empleo?

—Bueno. No veo la diferencia entre que lo tuviera por la mañana o por la noche, mister Poirot.

—Pero su historia se basa en que vino a comunicarle su buena suerte. Ahora parece ser que aún no la tenía. ¿Para qué vino entonces?

—Mister Poirot, el pobre muchacho estaba sin ánimos y trastornado. A decir verdad, creo que habría bebido un poco. Francis tiene la cabeza bastante débil y la bebida le altera y se siente mareado en seguida. Fue a la calle Reina Carlota para hablar con mister Morley, porque ya sabe que Francis es muy sensible y le disgustaba el desprecio de mister Morley, y porque según él in-fluía sobre mí en contra suya.

—¿Así que pensó hacerle una escena en pleno trabajo?

—Pues... sí. Imagino que esa debió de ser su idea. Claro que hizo muy mal en pensarlo.

Poirot contemplaba en silencio a la llorosa jovencita rubia.

—¿Sabe si Francis Carter tenía un revólver, o tal vez más de uno?

—¡Oh, no, mister Poirot! ¡Le juro que no! Y tampoco creo que sea verdad.

Poirot movió la cabeza con un gesto de perplejidad.

—¡Oh mister Poirot, ayúdenos! Si por lo menos supiera que está de nuestra parte...

—Yo no me pongo de parte de nadie —repuso el detective—, solo estoy al lado de la verdad.

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