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En el hotel Glengowrie, al sur de Kensington, acababa de concluir el desayuno. En el vestíbulo, miss Sainsbury Seale charlaba con mistress Bolitho. Eran vecinas de mesa en el comedor e hiciéronse amigas al día siguiente de la llegada de miss Sainsbury, una semana antes.
Miss Sainsbury Seale estaba diciendo:
—¿Sabes, querida? Ya no me duele. ¡Ni una punzada! Me parece que voy a telefonear...
Mistress Bolitho la interrumpió:
—Vamos, no seas tonta. Ve al dentista y acaba de una vez.
Mistress Bolitho era una mujer alta y autoritaria, de voz profunda. Miss Sainsbury Seale tendría unos cuarenta años, y llevaba los cabellos teñidos, formando bucles descuidados. Sus vestidos eran holgados, aunque bastante elegantes; y sus lentes, sujetos solo sobre la nariz, siempre se le caían. Era una gran conversadora.
Le decía con animación:
—Pero es que en realidad no me duele nada.
—¡Qué tontería! Me has dicho que apenas dormiste esta noche.
—No, no dormí, es verdad; pero quizá ahora el nervio esté muerto.
—Razón de más para ir al dentista—afirmó mistress Bolitho—. Todos queremos librarnos por cobardía. Es mejor que te decidas y acabes de una vez.
Algo pugnaba por salir de los labios de miss Sainsbury Seale en un susurro:
«Sí, pero el diente no es tuyo.»
En cambio, solo dijo:
—Creo que tienes razón. Y mister Morley es un hombre muy cuidadoso y nunca hace daño a nadie.