3



Jane Olivera vino corriendo por el jardín con sus cabellos flotando sobre la espalda y los ojos desorbitados por el terror. Exclamó:

—¡Howard!

—¡Hola, Jane! —dijo él con amabilidad—. Acabo de salvarle la vida a tu tío.

—¡Oh! ¿Tú?

—Su llegada ha sido muy oportuna, mister... —Blunt vacilaba.

—Es Howard Raikes, tío Alistair. Es amigo mío.

Blunt miró al muchacho con una sonrisa en sus labios.

—¡Ah! —dijo—. Usted es el amigo de Jane. Debo darle las gracias.

Resoplando como una máquina de vapor, Julia Olivera hizo su aparición.

—He oído un disparo. ¿Qué ha sido, Alistair? —se interrumpió al ver a Raikes—. ¿Usted? ¿Cómo, cómo se atreve?

—Howard acaba de salvar la vida de tío Alistair, mamá—dijo Jane con voz fría.

—¿Qué?

—Este hombre disparó contra tío Alistair y le ha quitado el revolver.

—Son ustedes un hatajo de mentirosos —dijo Francis Carter con violencia.

—¡Oh!

Mistress Olivera quedó boquiabierta. Le costó un par de minutos recobrar su compostura para dirigirse primero a Blunt.

—¡Querido Alistair! ¡Que horror! ¡Gracias a Dios que estás ileso! Pero debes de haberte lle-vado un susto... Yo misma... me siento medio desfallecida. ¿No crees que debiera tomar un poquitín de coñac?

Blunt apresuróse a replicar:

—Pues claro. Entremos en casa.

Y la tomó del brazo, en el que se apoyó ella con fuerza. Blunt, mirando por encima de su hombro a Poirot y Howard Raikes, les dijo:

—¿Quieren traer a ese individuo? Llamaremos a la Policía para que se haga cargo de él.

Francis Carter abrió la boca, pero no dijo nada. Estaba pálido como un muerto y sus rodillas temblaban, Howard Raikes le asió de mala manera.

—Vamos, tú —le apremió.

—Es mentira... —murmuró Francis Carter.

—¡Tiene muy poco que decir para ser un sabueso! ¿Por qué no nos deja conocer su opinión? —preguntó Raikes al detective.

—Estoy reflexionando, mister Raikes.

—Sí, creo que debe de tener mucho que pensar. ¡Me parece que con ésto pierde su empleo! No ha sido gracias a usted por lo que esté vivo en estos momentos Alistair Blunt.

—Esta es su segunda buena acción, ¿verdad, mister Raikes?

—¿Qué diablos quiere decir?

—¿No fue ayer precisamente cuando cogió al hombre que, según usted, acababa de disparar contra mister Blunt y el primer ministro?

—Pues sí —repuso Howard Raikes—. Parece que se está convirtiendo en una costumbre.

—Pero existe una diferencia. El hombre que capturó ayer no era el que había hecho el disparo. Se equivocó.

—Y ahora también —dijo Francis Carter con prontitud.

—Tú cállate —ordenó Raikes.

Hércules Poirot murmuró para sí: «Quisiera saber...»

Загрузка...