Bernard paseaba de un lado a otro fuera de la oficina del ministro Guittard, frotándose los ojos e intentando que se le ocurriera una excusa para rehusar negociar. Los altos techos, con frescos de ángeles juguetones, y los suelos de madera en forma de diamante pasaban desapercibidos para él. Tan absorto estaba en sus pensamientos que no se percató de que un hombre había salido de la oficina hasta que chocó con él.
– Je m'excuse-se disculpó él, y vio la cara de Philippe de Froissart.
Philippe, antiguo compañero de la École Nationale d'Administration, parecía más viejo, y disipado, con ojeras debajo de sus enrojecidos ojos.
– Ça va, Philippe? -le preguntó Bernard.
– Capeando el temporal -dijo Philippe con una sonrisa forzada. Le dio un poco entusiasta apretón de manos, y siguió su camino.
Bernard recordó a Philippe en los disturbios del 68 en la Sorbona: era un exaltado manifestante en primera línea, apasionado por sus ideales. También era un imán para las estudiantes. Después de graduarse, Philippe probó suerte con los socialistas. Más tarde, se convirtió en el Secretaire d'Etat a la Défense, un director en el Ministerio de Defensa. Lo había hecho bien, había llegado alto en la cadena trófica del poder.
¿Adónde había ido su juventud, se preguntó Bernard, y la impresión de que podían cambiar las cosas?
– El ministro Guittard lo está esperando, Berge -le anunció Lucien Nedelec, mientras alisaba su fino bigote. Se levantó y le hizo un gesto para que avanzara-. Su plan ha fracasado -añadió él-. Rotundamente, de hecho. Pero sabemos que puede hacerlo mejor.
– Nedelec, ¿por qué yo? -le preguntó Bernard-. Mi trabajo pertenece a otra sección del ministerio.
– Mais usted es perfecto, Berge -le respondió Nedelec, se abotonó su chaqueta cruzada, y lo acompañó.
– No lo entiendo -dijo Bernard, y se detuvo en la puerta.
– No lo comprende, ¿verdad? -Nedelec negó con la cabeza-. ¡Es por su origen, Berge! El ministro está fascinado con cómo un pied-noir como usted, que nació en Argelia, ratifica las leyes.
Bernard vio el reflejo en las puertas de cristal, y, por un instante, se preguntó quién sería el hombre mayor de mirada angustiada que estaba a su lado. Sobresaltado, se dio cuenta de que era él mismo.