Bernard se había arrellanado en la silla de su despacho. Estaba abriendo un nuevo bote de pastillas con el teléfono apoyado en el cuello, y con la línea directa interministérielle en espera. Esa tarde la atención de los medios de comunicación se había intensificado y había estallado en una discusión general cuando estrellas de cine, un magnate del rock y un observador político de L'Événement se unieron a los huelguistas. El canal France 2 pidió tener acceso para cubrir la noticia dentro de la iglesia.
Mientras tanto, Guittard mantenía al ministro en un estado de incertidumbre, en el que daba marcha atrás en la orden de arresto y en la redada, pero sin revocar el plazo de ocho horas.
Su otro teléfono no había dejado de sonar. Al final, lo cogió.
– Directeur Berge, ¿puede hacernos algún comentario acerca de las especulaciones sobre si los vínculos del afl de Mustafa Hamid con los fundamentalistas de Argelia influirán en la lucha por el poder con el ejército argelino? -La chirriante voz del periodista siguió, sin esperar a que respondiera-. Siendo Hamid pacifista, ¿rechaza la actitud del ejército de Argelia?
– ¿Por qué me está preguntando sobre Argelia? -quiso saber Bernard, con sorpresa-. Al ser un problema de inmigración interno francés, estamos tratando el asunto de los sans-papiers según le Code Civil. Definir qué es ser ciudadano y que te permitan quedarte en Francia no supone debate alguno sobre el descontento civil en Argelia.
Colgó de golpe el teléfono. ¿Quién había iniciado el rumor?
Bernard apoyó la cabeza sobre la mesa. ¿Hasta dónde llegaría todo eso? Durante años, la reputación de Hamid en todas las comunidades había sido estelar. Se podría decir que predicaba con el ejemplo más que ningún otro. Recordó el comentario que Hamid había hecho sobre la violencia. ¿Sería un simple títere? ¿Podría afectar eso a la política de Argelia?
Aunque a Bernard le importara, ¿qué más podría hacer por Argelia de todas formas? En su fuero interno, se dio cuenta de que ya hacía tiempo que se había rendido.
Había dicho adiós desde la atestada cubierta del barco. Recordó el humo que salía de la medina en llamas, el hedor de los cuerpos en descomposición que colgaban al sol en la Explanada, y cómo el puerto temblaba cada vez que explotaba un tanque de petróleo. Tenía firmemente agarrado el reloj de su padre asesinado e iba cogido de la mano de su madre mientras el sol se ponía sobre el puerto de Argel.