Jueves por la mañana

Youssefa se acurrucó al fondo de la iglesia, intentaba hacerse pequeña. Hamid, tenía que hablar con Hamid. Eugénie le había dicho que podía confiar en él. El problema era llegar a su lado.

Delante de ella, los huelguistas que estaban tirados en los bancos descansaban con los ojos cerrados. A ella le parecían que estaban muertos. Debajo del chador, cerró los suyos con fuerza. Pero las imágenes estaban grabadas en su memoria. Las miradas de sorpresa y el pavor de las víctimas cuando los rifles apuntaban en su dirección. Cómo los cuerpos se estremecían con el impacto, y después desplomarse dentro de los pozos que les habían obligado a cavar. Las moscas, y cómo las barracas Quonset de chapa ondulada irradiaban y daban más calor.

Se pellizcó las piernas hasta que no pudo soportar el dolor, y casi soltó un grito. Las imágenes desparecieron, y Youssefa se obligó a volver a recuperar el control.

Hasta ese momento había podía enterrar el horror cuando parecía que la iba a tragar. No le contaba su historia a nadie. No había razón alguna para poner en riesgo a las mujeres con las que trabajaba. Ellas no hacían preguntas, y ella no daba respuestas. Era una especie de trato tácito; la vida no corría peligro de esa forma.

Oyó que la fortaleza física de Hamid había decaído, y que sólo unos pocos miembros del afl tenían acceso a él. Y todos eran hombres. Youssefa no quería que la gente reparara en ella, y tenía miedo de que los mullahs la rechazaran. Especialmente, uno que se llamaba Walid, y su fama de oficioso.

– Zdanine, hazme un favor -dijo una voz cerca de ella-. Cómete tus pistachos en otro sitio.

Je m'excuse-dijo él, y se levantó mientras se limpiaba las cáscaras de su chándal.

Era guapo, y sus ojos del color del carbón. Su mirada le recordó a la de un director de una funeraria que estaba midiendo la longitud del ataúd y la mortaja de una persona. Uno que vivía de hacer un inventario rápido de alguna futura mercancía. Zdanine parecía más listo que los jóvenes hittistes de su pueblo, desempleados por falta de trabajo. Muchos llegaban a fin de mes con alguna que otra estafa o viviendo de sus novias. Pero, al igual que sus primos, Zdanine parecía compartir una visión del mundo limitada a su persona.

Vio cómo se acercaba a Walid, mantenían una breve conversación, y se dirigía después al fondo de la iglesia.

Pero Youssefa se dio cuenta de que si Walid escuchaba a Zdanine, entonces quizás él podría ayudarla.

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