Domingo

Mustafa Hamid se limpió la saliva de la barbilla. Debió de haber cerrado los ojos. Le ardían, tenía la nariz y la boca secas. Sus pensamientos eran borrosos, y se sentía tan débil. Tan cansado.

Abrió el sobre. Le llevó tiempo, ya que el papel blanco se rompía. Y ahí estaba, simple e irrevocable. El largo camino de retorno. La citación para volver a sus raíces.

Ni loco iba a rendirse. La antigua batalla ardió dentro de él de nuevo. Había que luchar por los derechos humanos, ¡por que si no seríamos todos animales!

Y todo por lo que había trabajado toda su vida, durante treinta largos años, se iría por el pissoir.

Se quedó mirando al mensajero, a quien no conocía.

– No hay trato -dijo él, y negó con la cabeza.

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