Youssefa compró tinte del pelo en el supermercado Casino, muy cerca del apartamento, a la vuelta de la esquina. Detrás del chador, era como si fuera invisible. Pero tenía que ir con cuidado; muy pocas mujeres frecuentaban ese tipo de tiendas.
En el cesto de gangas a veinte francos en el bulevar Belleville, encontró una chaqueta vaquera negra. De vuelta en el apartamento, arregló unas muletas rotas que había encontrado tiradas en la basura.
Leyó las instrucciones en el lavabo del baño. Pero cuando le empezó a escocer el cuero cabelludo, se dio cuenta de que había dejado el producto demasiado tiempo: su pelo se había vuelto naranja. El decolorante era el decolorante, había creído ella. Lo hizo de nuevo. Al final, cuando se miró en el espejo, vio que, sin querer, había hecho un buen trabajo. Encajaría bien entre la gente moderna de Café Charbon, que lucía el mismo look de pelo decolorado y raíces negras.
Youssefa sintió un cierto alivio. Nadie prestaba atención ni a una mujer con chador ni a una mujer moderna con una pierna rota. Entonces le dio que pensar el hecho de que si Eugénie había usado otra identidad, no le sirviera de nada.
En la iglesia, Zdanine había accedido a ayudarla. Pero primero, le había dicho él, quería ver fotos. Pareció impaciente cuando le dijo por qué quería hablar con Hamid. Después de ver las fotos, actuó como si no estuviera interesado, pero le prometió que intentaría que tuviera sus cinco minutos con Hamid.
Youssefa terminó sus oraciones, recogió su alfombra de rezo. Se sentía preparada. Se dirigió a la iglesia, con la esperanza de que Zdanine le hubiera allanado el terreno.