Bernard estaba de pie dentro en la entrada al centro de detención de Vincennes, donde un autobús lleno de hombres esperaba su repatriación forzada. Otros autobuses se habían llevado a Creil (una base militar) a aquellos que no tenían papeles a aviones fletados que aguardaban en Creil, una base militar. Bernard golpeaba con los pies la compacta tierra helada. Frío, siempre tenía frío. Su cuerpo nunca entraba en calor hasta julio. Entonces había uno o dos meses de lo que llamaban calor hasta que el frío volvía otra vez.
Los medios, que no podían entrar, esperaban fuera como carroñeros hambrientos por llenar sus fuentes de noticias. Dentro, Bernard no podía reaccionar. Esos hombres habían llegado a Francia años atrás en busca de asilo, escapando de la represión, y se quedaron de forma ilegal después de que su solicitud fuera denegada. ¿Qué podía hacer él?
– Directeur Berge, por favor, el recibo de transporte -dijo el guardia con cara de halcón.
Bernard dudó. Deseó poder desaparecer.
– Es una mera formalidad, directeur Berge. -El hombre le colocó el bolígrafo en la mano-. Pero tenemos unas normas.
Bernard hubiera jurado que el guardia guiaba su mano, como si le obligara a firmar.
Y entonces, todo terminó. Los guardias atravesaron con él el patio delantero, más allá de los autobuses de los que salían los alrededor de ochenta sans-papiers. En fila esperaban a ser procesados. Bernard se sintió como un criminal de guerra, como un nazi al que dejaban en libertad porque había accedido a hablar. ¿No había actuado, como su madre le había dicho, como la Gestapo?
Fue entonces cuando oyó encima de él el sonido de las aspas de un helicóptero, que levantó polvo y grava del patio, que salpicó a todo el mundo cuando aterrizó. Un agente de la raid salió de él y corrió hacia ellos.
– Directeur Berge -gritó para hacerse oír por encima del ruido del rotor-. El ministre Guittard lo necesita.
Bernard se tropezó.
El agente lo agarró.
– Pero ¿por qué? ¿Pueden empeorar las cosas?
– Toma de rehenes, directeur Berge. Tengo órdenes de proceder de inmediato.
Bernard empezó a negar con la cabeza, pero el agente lo cogió del brazo, y lo llevó a toda prisa hacia helicóptero que los esperaba.