Capítulo 33

Las familias felices son todas iguales, las familias desdichadas…

La casa de los Czernin estaba distribuida como todas las casas del South Side, incluida la casa donde me crié. El instinto me guió a través del comedor hasta la cocina. Puse agua a calentar para el té y, mientras aguardaba a que hirviera, no pude resistir la tentación de abrir la puerta del patio trasero para ver si tenían un pequeño cobertizo como el nuestro. Mi padre guardaba sus herramientas en él; era capaz de arreglar casi todas las cosas de la casa. Hasta me había cambiado una rueda de los patines. Me causó satisfacción encontrar uno idéntico detrás de la cocina de Sandra, aunque no estuviera tan limpio y ordenado como el de mi padre. Mi padre jamás habría dejado recortes de caucho esparcidos por la superficie de trabajo de aquella manera, como tampoco trozos de cable con las puntas peladas.

Estaba girándome hacia la cocina cuando apareció April en el umbral. Iba abrazada al oso gigante que Bron le había regalado en el hospital; aún tenía la cara hinchada por las medicinas que tomaba para el corazón.

– ¡Entrenadora! No sabía… No me esperaba…

– Hola, cielo. Siento lo de tu padre. Sabrás que fui yo quien lo encontró.

Asintió hoscamente.

– ¿Estaba viendo su taller? Me enseñó a utilizar el soldador. Incluso hicimos un trabajo juntos la semana pasada, pero no creo que mamá me deje usar sus herramientas ahora. ¿Sabe que está aquí?

– Está en la sala de estar, bastante alterada; estaba buscando el té.

April abrió una lata de un armario y sacó una bolsita de té. Mientras cogía los tazones de un estante, le pregunté cómo se encontraba.

– Bien, supongo. Tomo unas medicinas que me dan sueño, nada más. Ya debe de saber que no puedo jugar más, que no podré jugar al baloncesto.

– Lo sé: es una lástima; eres una buena jugadora, y te echaremos de menos, pero no puedes arriesgar tu salud corriendo por la cancha. Aunque podrías seguir formando parte del equipo, si quieres, acudir a los entrenamientos y ayudarme a arbitrar los partidos.

Se le iluminó un poco el semblante.

– Pero ¿cómo haré para ir a la universidad si no puedo conseguir una beca?

– Buenas notas -dije secamente-. No tiene tanto glamour como una beca por méritos deportivos pero a la larga te llevará más lejos. Aunque no nos preocupemos de eso ahora; ya tienes bastante con todo lo que te está pasando, y aún falta un año para presentar las solicitudes.

La pava comenzó a hervir y llené los tazones.

– April, ¿has hablado con Josie desde que fue a verte al hospital?

Me dio la espalda y se concentró en la operación de ir mojando la bolsita de té en los tazones hasta que los tres adquirieron un pálido tono amarillento.

– Josie desapareció la misma noche que murió tu padre, y estoy muy preocupada por ella. ¿Se escapó con Billy?

Torció el gesto con tristeza.

– Prometí no decir nada.

– Encontré el coche deportivo de Billy estrellado debajo de la Skyway hacia la una de la madrugada. Creo que la periodista inglesa iba dentro, pero ¿dónde estaban Billy y Josie?

– Billy le regaló el coche a papá -dijo en un susurro-. Dijo que no lo podía usar más, y sabía que papá no tenía coche; si queríamos salir tenía que pedir un coche prestado a un amigo, o a veces nos llevaba en el camión si pensaba que el señor Grobian no iba a enterarse; ya sabe, era propiedad de By-Smart.

– ¿Cuándo le regaló el coche a tu padre?

Procuré hablar con serenidad, sin levantar la voz, para no ponerla más nerviosa de lo que ya estaba.

– El lunes. Vino a casa el lunes por la mañana, después de que me trajeran del hospital. Mamá tenía que trabajar; sólo le dieron una hora libre para traerme a casa, pero papá hacía el turno de tarde así que no se marchó hasta las tres. Y entonces, entonces vino Josie. La llamé y le dije que pasara por aquí antes de ir al instituto. Ella y Billy acostumbraban a verse aquí, ¿sabe?, era un buen sitio para hacer los deberes, así que a su madre no le importaba, y mi madre, bueno, ella pensaba que Billy era un chico del insti, no le dijimos que era un Bysen; se habría, bueno, se habría puesto como loca si lo hubiese sabido.

Aquellos trabajos del colegio en los que Josie ponía tanto empeño, sus deberes de ciencias y salud pública que tenía que hacer con April. Quizá tendría que haber adivinado que eran una tapadera, aunque ahora poco importaba.

– ¿Por qué Billy estaba tan enfadado con su familia? -pregunté.

– No estaba enfadado con ellos -dijo April muy seria-. Estaba preocupado, le preocupaba lo que había visto en la planta.

– ¿A saber?

Encogió un hombro.

– Ya sabe, todo el mundo trabaja mucho por muy poco dinero. Como mamá. Incluso papá; ganaba más conduciendo el camión pero Billy decía que no era justo que la gente llevara una vida tan dura.

– ¿Nada más concreto que eso?

Me quedé decepcionada. Negó con la cabeza.

– Tampoco es que le prestara mucha atención, casi siempre hablaba con Josie, ¿sabe?, en un rincón, pero sí que le oí decir algo de Nicaragua y Flag the Flag, me parece…

– ¿Qué estás haciendo aquí, molestar a mi niña?

Sandra apareció en el umbral, sus lloros olvidados, el rostro con su dureza habitual.

– Te estamos preparando una taza de té, mamá. La entrenadora dice que puedo seguir poniéndome el uniforme y ayudar al equipo, a lo mejor arbitrando partidos. -April dio un tazón a su madre y otro a mí. -Y a lo mejor mis notas me llevarán a la universidad.

– Pero no pagarán las facturas del médico. Si quieres hacer algo por April, deja de meterle ideas en la cabeza sobre las notas. Demuestra que Bron estaba conduciendo para la empresa cuando murió.

Me quedé perpleja.

– ¿Es que lo niega By-Smart? ¿Saben dónde estaba cuando lo asaltaron?

– No sueltan prenda. Esta mañana he ido a ver al señor Grobian al almacén, le he dicho que iba a presentar una demanda y me ha contestado que «Buena suerte». Ha dicho que Bron estaba infringiendo las normas de la empresa cuando trabajaba porque llevaba a esa zorra en la cabina, y que se querellaría contra mi solicitud.

– Necesitas un abogado -dije-. Alguien que los pueda llevar a juicio en tu nombre.

– Eres tan… ignorante -dijo con estridencia-. Para empezar, señorita Iffygenio, si pudiera pagar a un abogado, no necesitaría el dinero. Necesito pruebas. Eres detective, ve y consígueme pruebas de que estaba trabajando para la empresa y de que esa puta inglesa no estaba en su camión. Es culpa tuya que estuviera con él. Y luego haremos las paces.

– La conducta de Bron no es culpa mía, Sandra. Y gritar de esta manera no va a resolver ninguno de tus problemas. Tengo muchas cosas mejores que hacer que aguantar tus insultos. Si no eres capaz de calmarte para que podamos hablar con sensatez, más vale que me marche.

Sandra titubeó, debatiéndose entre la ira que la consumía y el deseo de saber más acerca de la muerte de Bron. Al final, las tres nos sentamos a la mesa de la cocina y bebimos el té aguado mientras yo les contaba cómo Mitch me había conducido a través de la ciénaga hasta Bron y Marcena.

Sandra sabía que Billy le había prestado el teléfono móvil a Bron («Me dijo que lo había aceptado para estar en contacto con April»), pero no sabía nada sobre el Miata. Eso provocó una breve refriega entre madre e hija («Mamá, no te lo dije porque ibas a ponerte a gritar contra él tal como estás haciendo ahora, y no lo soporto»).

Su párroco les había advertido que Bron estaba tan desfigurado que sería mejor que Sandra no viera su cuerpo; ¿opinaba yo lo mismo?

– Tiene un aspecto horrible -admití-. Pero si fuese yo, mi marido, quiero decir, querría verlo. De lo contrario, siempre me obsesionaría pensar que no le había dado el último adiós.

– Si te hubieses casado con ese gilipollas no te pondrías tan ñoña con últimos adioses y toda esa mierda de pelis románticas -espetó Sandra.

La interrumpió la protesta de April y acto seguido empezaron a discutir otra vez sobre si Bron realmente tenía un plan para conseguir el dinero que necesitaban para el desfibrilador de la niña.

– Llamó al señor Grobian y el señor Grobian le dijo que fuera a verlo, que lo hablarían, me lo dijo papá -dijo April a su madre, roja como un tomate.

– Nunca has entendido que tu padre decía a la gente lo que la gente quería oír, no la verdad. ¿Cómo crees que acabé casada con él, además?

Fue a decir algo más pero se contuvo.

– ¿Cuándo te contó lo de Grobian tu padre? -pregunté a April-. ¿El lunes por la mañana?

– Me estaba preparando el almuerzo después de volver del hospital. -April parpadeó para contener las lágrimas-. Bocadillos de atún. Le quitó la corteza al pan como hacía cuando era pequeña. Me envolvió con una manta y me instaló en su sillón reclinable y me dio de comer, a mí y a Gran Oso. Me dijo que no me preocupara, que iba a hablar con el señor Grobian, que todo se arreglaría. Entonces vino Billy y dijo que si podía esperar ocho años hasta que dispusiera de su fondo de inversiones él pagaría la operación, pero papá dijo que no podíamos aceptar caridad, aunque pudiéramos esperar tanto tiempo, y que iba a ver al señor Grobian.

Sandra dio un palmetazo contra la mesa con tanta fuerza que se le derramó parte del té aguado.

– ¡Eso es tan puñeteramente típico de él! ¡Hablarte a ti y no a su propia mujer!

A April le temblaba el labio inferior y estrechó a Gran Oso entre sus brazos. Patrick Grobian no me había parecido precisamente el afectuoso Santa Claus del South Side. Si Bron había ido a verlo, tuvo que ser para lanzarle el anzuelo de alguna manera, pero cuando lo insinué, April volvió a erguirse otra vez.

– ¡No! ¿Por qué se pone de su parte contra papá? Me dijo que tenía un documento del señor Grobian, que era un asunto de negocios, limpio y ordenado.

– ¿Por qué no me lo has dicho antes? -se lamentó Sandra-. Podría haber preguntado a Grobian cuando he ido a verle esta mañana.

– Porque no parabas de decir lo mismo que ahora, que sus ideas eran bobadas y que no darían resultado.

– Entonces, ¿ninguna de las dos sabe si en realidad habló con Grobian ni de qué clase de documento podría tratarse? Sandra, ¿cuándo hablaste en serio con Bron por última vez?

Su respuesta, despojada de todos sus arrebatos emocionales, fue, en resumidas cuentas, que se lo había dicho el lunes por la mañana, cuando llevaron a April del hospital a casa. Habían pedido prestado el coche a un vecino, el suyo había quedado destrozado un mes atrás en un accidente y todavía no habían reunido el dinero para comprar otro (porque, por supuesto, Bron había dejado que la póliza venciera y el conductor contrario tampoco estaba asegurado). Bron había acompañado a Sandra al trabajo con el coche prestado y luego había ido a casa para hacer compañía a April hasta que tuviera que irse a trabajar.

– Hacía el turno de cuatro a doce. Tengo que estar en la tienda a las ocho y cuarto, así que muchas semanas apenas nos veíamos. Se levantaba y tomaba un café conmigo por la mañana. Cuando April se iba a clase, él volvía a la cama y yo cogía el autobús, y así durante toda la semana. Fue cuando trajimos a April a casa. No queríamos que subiera esa escalera tan empinada, el médico dijo que nada de cansarse por el momento, de manera que duerme conmigo aquí abajo en la cama de matrimonio. Bron duerme arriba, o dormía; cuando terminara el turno el lunes por la noche iba a subir a acostarse en la cama de April.

E1 martes preparé el desayuno de April, aunque no le quite la corteza al pan le preparo el desayuno cada mañana, pero tenía que irme a trabajar; nunca sabes cuánto rato tienes que esperar el autobús, no podía esperar a que el señorito… -Se interrumpió, recordando que el objeto de su amargura estaba muerto-. Simplemente pensé que se había quedado dormido -concluyó en voz baja-. No le di ninguna importancia.

¿Qué documento podía haber firmado Grobian para inducir a Bron a pensar que By-Smart pagaría mil dólares por la asistencia médica de April? Nada tenía sentido para mí, pero cuando traté de pinchar a April para ver si lograba recordar algo más, algún indicio que Bron hubiese dejado caer, Sandra se puso como una furia. ¿No veía que April estaba agotada? ¿Qué intentaba hacer, matar a su hija? Los médicos habían dicho que April no debía exponerse a ningún estrés, y que yo me entrometiera y la acosara era estrés, estrés y más estrés.

– Mamá -chilló April-. No le hables así a la entrenadora. Eso sí que es mucho más estrés del que puedo aguantar.

Vi el campo abonado para que madre e hija volvieran a pelearse, de modo que me marché sin decir nada más. Sandra se quedó en la cocina, mirando fijamente la mesa; pero April me siguió hasta la sala de estar, donde había dejado mi parka. Tenía el contorno de la boca grisáceo y la insté a meterse en la cama, pero se fue demorando, hundiendo la cara en Gran Oso, hasta que le pregunté qué quería.

– Entrenadora, siento que mamá esté alterada y todo eso, pero… ¿podré seguir yendo a los entrenamientos, como ha dicho antes?

La tomé por los hombros.

– Tu madre está enfadada conmigo, y quizá por una buena razón, pero eso no tiene nada que ver con mi relación contigo. Claro que puedes venir a los entrenamientos. Y ahora vamos a acostarte. ¿Arriba o abajo?

– Me gustaría dormir en mi propia cama -dijo-, sólo que mamá piensa que la escalera me matará. ¿Tiene razón?

Hice un gesto de impotencia.

– No lo sé, cielo, pero a lo mejor si subimos súper despacio todo irá bien.

La ayudé a subir peldaño a peldaño hasta su habitación del desván. La escalera estaba exactamente en el mismo sitio que ocupaba la de mi infancia en la calle Houston, y era igual de empinada, conduciéndote por una abertura cuadrada hasta la planta del desván. El pequeño dormitorio había sido arreglado con el mismo cuidado que mis padres habían puesto en el mío. Donde yo tenía a Ron Santo y Maria Callas encima de la cama, una extraña yuxtaposición de las dispares pasiones de mis padres, April tenía el mismo póster del equipo femenino de la Universidad de Illinois que tenía Josie. Me pregunté cuán doloroso le resultaría despertar cada mañana viendo la vida activa de la que ya no podría participar.

– ¿Sabes quién fue Marie Curie? -pregunté de repente-. ¿No? Te traeré su biografía. Era una mujer polaca que se convirtió en una científica muy importante. Una vida diferente a la del baloncesto, pero su trabajo se recuerda desde hace más de cien años.

Aparté la colcha y debajo vi las mismas sábanas rojas, azules y blancas que Josie y Julia tenían en sus camas. ¿Se trataba de un gesto solidario con la selección estadounidense o qué?

– ¿Tú y Josie compráis juntas las sabanas? -pregunté cuando puse el oso en la cama a su lado.

– ¿Se refiere a estas sábanas de la bandera? Las compramos en la iglesia. Mi iglesia las vendía, igual que la de Josie y unas cuantas más. Casi todas las chicas del equipo las compramos; era para algo que tenía que ver con el barrio, limpiarlo o algo así, no lo sé, pero hasta Celine compró un juego; fue una cosa de equipo, las compramos como equipo.

Busqué una etiqueta pero lo único que ponía era: «Fabricado con orgullo en los Estados Unidos de América». Me aseguré de que tuviera a mano todo lo que necesitaba: agua, un silbato para avisar a su madre si quería que fuese a verla durante la noche, su reproductor de CD. Incluso sus libros de clase, por si le apetecía hacer deberes.

Había bajado media escalera cuando me acordé del teléfono de Billy. Lo había cogido de mi chaquetón al dejarlo en la tintorería y lo llevaba en el bolso, sin saber qué hacer con él.

Lo saqué y se lo di a April.

– Aún tiene bastante batería. No sé si la familia lo dará de baja, pero Billy se lo dio a tu padre para que lo usara, así que no creo que le importe que lo uses tú. Te traeré un cargador. -Le di una tarjeta mía-. Y llámame si me necesitas. Estás pasando por un momento muy malo.

Se le iluminó el semblante; estaba encantada con el teléfono.

– Josie tenía mucha suerte de salir con Billy porque tiene todas esas cosas que sólo podemos usar en el insti. Se conectaba a Internet desde el móvil, y además la dejaba usar su portátil. Nos ayudó a encontrar blogs en los que escribir, y nos puso alias. Imagínese, estaba en contacto con su hermana gracias a los alias que usaban en un blog, y Josie conoció a su hermana a través del blog aunque su familia no quiere que estén en contacto. Así, si Josie y yo vamos a la universidad, sabremos cómo hacer lo que hacen los demás chavales.

Antes del entrenamiento de baloncesto, tendría que hablar con la subdirectora sobre las notas de April. Seguramente, si April demostraba tantas ganas, el instituto podría ayudarla a encaminar su futuro.

Casi antes de que enfilara de nuevo la escalera, oí a April hablando por teléfono:

– Sí, Billy Bysen, o sea, me ha prestado su teléfono hasta que lo vuelva a necesitar. ¿Vas a ir al entreno?

Cuando llegué abajo levanté la voz para decirle a Sandra que había acostado a April arriba y me marché.

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