Fiesta en la oficina
– Si la impresión le provoca un derrame cerebral y la palma, bailaré sobre su tumba.
La voz aguda y quisquillosa de William flotaba como una nube de hollín en mi oficina. Las regordetas mejillas de Buffalo Bill estaban hundidas. Bajo sus pobladas cejas, los ojos se veían pálidos, llorosos, los vacilantes ojos de un débil anciano, no los ojos de lince del dictador corporativo.
– ¿Has oído eso, May Irene? ¿Quiere verme muerto? ¿Mi propio hijo quiere verme muerto?
Su esposa se inclinó sobre mi mesa de café para palmearle la mano.
– Hemos sido demasiado exigentes con él, Bill. Nunca supo ser tan duro como tú querías que fuese.
– He sido demasiado exigente con él, ¿y eso significa que está bien que quiera verme muerto? -Su estupefacción devolvió un poco de color a su rostro-. ¿Desde cuándo te tragas esa bazofia liberal? La letra, con sangre entra.
– No creo que la señora Bysen quisiera decir eso -murmuró Mildred.
– Mildred, por una vez, deje que hable por mí misma. No me haga de intérprete cuando hablo con mi marido, por Dios. Todos hemos oído la cinta que ha puesto la señora Warshawski; creo que estaremos de acuerdo en que es un triste episodio en la vida de nuestra familia, pero somos una familia, somos fuertes, saldremos adelante. Linus ha evitado que salga en los periódicos, Dios le bendiga -dirigió una mirada agradecida al abogado de la empresa, sentado en una de las sillas laterales- y estoy convencida de que nos ayudará a llegar a un acuerdo con la señora Warshawski.
Me recosté en mi sillón. Todavía estaba cansada, aún me dolían las articulaciones de los hombros de haber tenido los brazos atados a la espalda durante dos horas. Tenía un par de costillas rotas y mi cuerpo seguía pareciendo un campo de berenjenas maduras, pero me sentía de perlas: limpia, renacida, con esa sensación de euforia que uno tiene cuando se siente realmente vivo.
Para cuando Lotty encontró la pluma grabadora, la batería se había agotado. Se negó a dejarme salir de su casa para hacerme con un cargador pero cuando le expliqué por qué tenía tanta urgencia por escucharla cedió lo suficiente como para permitir que Amy Blount me trajera el ordenador portátil. Cuando la conecté a mi iBook, se puso obedientemente en marcha y vació sus entrañas digitales.
El jueves por la noche, en el almacén, todavía le quedaba carga como para grabar a William, Grobian y Jacqui. El disparo de Grobian contra mí resonó aterradoramente en la sala de estar de Lotty, seguido por una exclamación satisfecha de William que no había oído entonces. La pluma se había quedado seca en el trayecto del vertedero al hospital; sólo reprodujo parte de la disputa entre Grobian y William, pero oí lo bastante del lenguaje subido de tono de Grobian como para ampliar generosamente mi vocabulario si escuchaba la grabación unas cuantas veces más.
Después de descargarla en mi Mac, pedí a Amy que hiciera unas treinta copias: quería asegurarme de difundirlas por todas partes, de modo que aun con todo el empeño de Linus Rankin, o de los detectives de Carnifice, fuese imposible eliminarlas todas. Mandé unas cuantas a mi propio abogado, Freeman Carter, metí otras cuantas en la caja fuerte de mi oficina, envié una a Conrad y otra a un agente veterano que había sido amigo de mi padre y, tras debatirlo largo y tendido con Amy y Morrell, finalmente envié una a Murray Ryerson al Herald-Star. Murray estaba intentando como un loco convencer a sus jefes de que le dejaran escribir contra el dinero y el poder de los Bysen; pero aún estaba en el aire si le autorizarían a investigar la historia.
Mientras tanto, la grabación reforzó tanto mi historia que obligó al fiscal del Estado, nervioso por tener que actuar contra el dinero y el poder de los Bysen, a ponerse en acción. Grobian y William habían sido acusados el viernes de asaltarme, pero los soltaron casi de inmediato bajo fianza. El lunes, no obstante, la gente de Conrad volvió a detenerlos, esta vez por el asesinato de Bron.
Los polis siguieron la pista de Freddy hasta el domicilio de su nueva novia y lo acusaron de homicidio en segundo grado por la muerte de Frank Zamar, ya que no había tenido intención de provocar un incendio, sólo de cortocircuitar los cables. Arrestaron a tía Jacqui como cómplice, cosa que en cierto modo resultaba de lo más apropiado: si los cargos se mantenían, si terminaba cumpliendo condena en Dwight, podría dar clases sobre cómo completar tu vestuario con una acusación de homicidio. William y Grobian pagaron su fianza en cuestión de horas, igual que tía Jacqui, pero el pobre Freddy fue dejado a merced del abogado de oficio, sin dinero para la fianza; seguramente pasaría no sólo el día de Acción de Gracias en Cook County, sino la Navidad y quizás incluso la Pascua, habida cuenta de la celeridad con que el Estado lleva a la gente a juicio.
Cuando Freddy se dio cuenta de que Pat Grobian iba a colgarle el muerto, comenzó a cantar como uno de los miembros del coro del Mount Ararat. Refirió a Conrad su reunión con Grobian en el almacén, la que yo había visto, en la que Grobian le ordenó que entrara en casa de Bron para buscar la grabadora de Marcena. Confesó a Conrad que había puesto la ranita llena de ácido nítrico en Fly the Flag. Incluso le contó que estrelló el Miata contra la maleza de debajo de la Skyway por orden de Grobian: estaba resentido por eso, porque pensaba que Grobian tendría que haberle regalado el coche en agradecimiento por su trabajo, pero lo único que sacó después de bregar toda la noche fueron cincuenta dólares.
Conrad no me contó todo esto en el hospital, pero cuando vino a casa de Lotty para hacerme más preguntas llenó las lagunas de mi historia. Añadió que lo pasaba en grande escuchando a Grobian y William atacándose mutuamente.
– Así es como volcaron ese viejo tráiler; discutían sobre si William era realmente una rata o Grobian un matón; no es broma, señora W., reconstruyeron su disputa en mi beneficio; y William agarró el volante diciendo que era lo bastante machote como para conducir el camión. Pelearon por el control del volante y el camión volcó. Me encanta, de veras que sí, cuando los ricos y famosos adoptan la misma actitud que mis punkis callejeros.
Por cierto, el camión en el que te llevaron era el de Czernin, o al menos el mismo que conducía la noche en que le dieron la paliza. No acierto a comprender por qué Grobian no lo desguazó: encontramos sangre de Czernin y de Love en las bisagras de la cinta transportadora manual, junto con tu AB negativo. Por cierto, tienes la sangre más rara del planeta.
Pasé el comentario por alto.
– ¿Qué hay de tía Jacqui? Estaba en la fábrica con ellos el jueves por la noche. ¿Dónde estaba cuando el camión se despeñó?
– Había regresado a Barrington Hills. Ahora dice que obedecía órdenes de Buffalo Bill. Dice que cuando ella le contó que Zamar no estaba cumpliendo el acuerdo entre Fly the Flag y By-Smart, Buffalo Bill le dijo que tenía que darle una lección a Zamar, que él lo hizo muy a menudo de joven hasta que corrió la voz por el barrio de que más valía no meterse con By-Smart. Si están olvidando la lección, habrá que enseñársela de nuevo; sostiene que el viejo Búfalo le dijo algo así.
Conrad explicó que Jacqui insistía en que Buffalo Bill le había asegurado que encargarse de Zamar serviría para demostrar que estaba preparada para ocupar un puesto en el consejo de dirección de By-Smart. Ya oía al viejo diciéndoselo con el consabido aliño de «humm, humm, humm», pero si Jacqui creía que estaba a la altura del viejo búfalo, o tenía muchas agallas o andaba muy desencaminada.
El martes, mientras Lotty estaba operando, Morrell vino a visitarme. Había ido al hospital del condado a ver a Marcena, que se iba recuperando de su primer injerto de piel. Estaba en cuidados intensivos, pero ya consciente, y al parecer se recobraba bien: estaba alerta, sin síntomas de lesiones cerebrales debidas a la terrible experiencia en el tráiler de By-Smart.
Haber pasado por la misma angustiosa situación que ella, arrollada por la cinta transportadora manual del tráiler, me hizo sentir un mayor alivio personal por su recuperación de lo que quizás hubiese sentido antes. Marcena no recordaba los momentos previos al accidente, y mucho menos el accidente en sí; pero ahora que sabía dónde buscar, Conrad había enviado a su equipo de forenses a Fly the Flag. Dedujeron que Marcena había saltado de la carretilla elevadora durante la caída, pero que a Bron no le había dado tiempo; el impacto de la horquilla contra el suelo le había roto el cuello. Lo más probable era que Marcena hubiera perdido el sentido al golpearse la cabeza y que sus otras heridas fuesen resultado del viaje por la marisma.
Otro punto sobre el que sólo podíamos especular era el pañuelo de Marcena, el que Mitch había encontrado y lo había conducido hasta ella. El equipo forense suponía que le colgaba del cuello cuando Grobian la metió en el tráiler; tal vez quedara atrapado en las puertas y luego se enganchara en la valla cuando el camión salió del camino para ir a campo traviesa hasta el vertedero.
Sólo eran cuestiones menores las que me preocupaban. Tenía el íntimo convencimiento, o deseo, de que Marcena hubiera recobrado el conocimiento y dejado un rastro adrede: el pañuelo se había roto, quedando un trozo grande en la valla y otro más pequeño que Mitch había encontrado antes. Me gustaba pensar que había dado algún paso para intentar salvarse, que no se había quedado tendida pasivamente en el camión, aguardando la muerte. La idea de la impotencia de cualquier persona me aterra, la mía más que ninguna.
– Es posible, Victoria -dijo Lotty cuando hablé con ella-. El cuerpo humano es un instrumento asombroso, y la mente aún más. Nunca descartaría que Marcena hubiera hecho algo pensando que no tenía fortaleza e ingenio suficientes para hacerlo.
Ese mismo martes comencé a tomar las riendas de mi negocio otra vez. Entre docenas de notas con los mejores deseos de amigos y periodistas, y una furgoneta llena de flores de mi cliente más importante («Encantados de saber que todavía no has muerto, Darraugh», decía la tarjeta), mi servicio de mensajes me dijo que tenía más de veinte llamadas de Buffalo Bill exigiendo una reunión de inmediato: quería saber «qué mentiras le estaba metiendo en la cabeza a su nieto y aclarar de una vez por todas lo que podía y no podía decir acerca de la familia».
– El chico no quiere volver a casa -dijo Buffalo Bill cuando lo llamé el martes por la tarde-. Dice que usted le ha contado toda clase de mentiras sobre mí, sobre el negocio.
– Vigile con lo que dice por ahí, señor Bysen. Si me acusa de mentir, añadiré una demanda por calumnia a los problemas legales de su familia. Y yo no tengo ningún poder sobre Billy; decide por sí mismo lo que hace y deja de hacer. Cuando hable con él, veré si logro convencerlo para que se reúna con usted; y eso será todo lo que estoy dispuesta a hacer.
Esa misma tarde, Morrell vino a verme con Billy, el señor Contreras y los perros. Josie había vuelto al instituto, bajo amenazas, según su madre. Yo había cancelado el entrenamiento de baloncesto de la víspera, diciendo al equipo que ya las avisaría cuando tuviera fuerzas suficientes para regresar. Respondieron con una tarjeta en la que me deseaban una pronta recuperación, lo bastante grande como para cubrir una pared del cuarto de invitados de Lotty, llena de mensajes en inglés y español.
Amy Blount ya me había informado acerca de Billy y Josie porque no había sido capaz de convencerlos para que se marcharan de la casa de Mary Ann cuando fue a buscarlos el viernes. Rose Dorrado se había mostrado más enérgica, se llevó a Josie a rastras a casa y la obligó a volver a clase.
Tal como lo describió Amy, el encuentro entre Rose y su hija fue una predecible combinación de ira y alegría («¡Tú aquí tan pancha, a un par de kilómetros de casa, limpia, bien alimentada y a salvo, y yo tan preocupada que no he dormido ni una sola noche!»).
Billy, traumatizado por la conducta de su padre, se quedó con Mary Ann. Había llamado a su abuela y hablado brevemente con su madre, pero se negaba a volver a su casa. Ni siquiera quería regresar a la del pastor Andrés: pensaba que el ministro tenía parte de culpa en la muerte de Frank Zamar debido a la presión a que lo sometió para que rescindiera el contrato con By-Smart.
La razón principal por la que no quería marcharse de casa de Mary Ann, sin embargo, era que no se veía con ánimos de hacer la maleta y mudarse otra vez. Había estado en casa del pastor, en la de Josie y luego en la de Mary Ann, todo en un plazo de diez días. Estaba demasiado alterado como para hacerse a la idea de otra mudanza, y estaba claro que a mi entrenadora le gustaba tener al muchacho viviendo en su apartamento. Ahora que ya no se escondía, sacaba a pasear al perro tres o cuatro veces al día, y ponía toda su energía en estudiar latín con ella. Sus reglas, su compleja gramática parecían ahora ser un remanso de paz para él, un lugar de pureza, de regularidad.
El martes, en el apartamento de Lotty, Billy trató de explicarme parte de ese comportamiento, así como su renuencia a ver a su familia de nuevo.
– Los quiero a todos, tal vez no a mi padre; al menos, me está costando mucho perdonarle que matara al padre de April y al señor Zamar; y aunque Freddy y Bron fueron quienes incendiaron la planta, creo que en realidad fue culpa de tía Jacqui y de… de mi padre que el señor Zamar haya muerto. Quiero incluso a mi madre y, por supuesto, a mis abuelos, son grandes personas, de verdad que lo son, pero… pero me parece que son cortos de vista.
Hundió las manos en el pelaje de Peppy y le habló a ella, no a mí.
– Es curioso, tienen una visión tan amplia de la empresa, quieren convertirla en un gigante internacional, pero a las únicas personas que reconocen como… como seres humanos… son ellos mismos. Son incapaces de ver que Josie es una persona, igual que su familia y que toda la gente que trabaja en South Chicago también lo es. Los que no han nacido con el apellido Bysen, no cuentan. Si es un Bysen, no importa lo que haga porque es miembro de la familia. Como la abuela; está verdaderamente en contra del aborto en todas sus formas, da montones de dinero a grupos antiabortistas, pero cuando Candy, mi hermana, se quedó embarazada, la abuela la ingresó a toda prisa en una clínica; estaban enojados con ella, pero la abuela le pagó un aborto que jamás le permitirían a Josie, y no es que esté embarazada. -Se puso rojo como un tomate-. Hemos… hemos hecho caso de lo que nos dijo sobre…, bueno, sobre ir con cuidado; pero sólo es un ejemplo de lo que quiero decir sobre cómo ve el mundo mi familia.
– Tu abuelo quiere hablar contigo. Si lo hiciéramos en mi oficina, ¿vendrías?
Dio un furioso masaje al cuello de Peppy.
– Supongo que sí.
De modo que la víspera de Acción de Gracias, en contra de la opinión de Lotty, fui a mi oficina para reunirme con Bysen y su séquito. Por una vez había suficiente gente en mi oficina como para alegrarme de disponer de un espacio tan inmenso. La madre de Billy había venido con los abuelos, el tío Roger y Linus Rankin, el abogado de la familia. El marido de Jacqui, tío Gary, también estaba allí. Por supuesto, Mildred estaba presente, portafolio dorado en mano.
Mi equipo incluía a Morrell y a Amy Blount. El señor Contreras insistió en traer a los perros («por si acaso esos Bysen intentan hacerte daño a plena luz del día; yo no me fiaría ni un pelo»). Los padres de Marcena también se sumaron a la reunión, curiosos por conocer a las personas que casi habían matado a su hija. Tuve que tomar prestadas cinco sillas del estudio de mi compañera de almacén para que todos pudieran sentarse.
En medio, porfiadamente sentado junto a Peppy después de dar un abrazo a su abuela, estaba Billy. Llevaba una vieja camisa de trabajo de franela y pantalones vaqueros, desmarcándose deliberadamente de los formales trajes grises de sus parientes.
Cuando la abuela de Billy dijo que estaba convencida de que Linus llegaría a un arreglo conmigo, el señor Contreras se enfureció.
– Su hijo por poco mata a mi amiga. ¿Se cree que puede entrar aquí enseñando su abultada cartera y «llegar a un acuerdo» con ella? ¿Como cuál? ¿Devolverle la salud? ¿Devolver a los Love la piel de su hija? ¿Devolverle el papá a esa niña del equipo de baloncesto de tesorito, de Vicki, de la señora Warshawski? ¿Qué clase de ocurrencia es ésa?
La señora Bysen le miró con el ceño fruncido, tristemente, como si fuese uno de sus nietos enredando a la hora de comer.
– Nunca me he metido en los asuntos de mi marido, pero sé que trabaja con cientos de pequeñas empresas. Ambos admiramos el coraje y la tenacidad de la señorita Warshawski; lamentamos que nuestro hijo fuese tan… bueno, que hiciera lo que hizo. Su conducta no refleja nuestros valores, se lo aseguro. Pienso que si mi marido comenzara a encargar trabajos de investigación a la señorita Warshawski, se vería ampliamente recompensada con lo que su negocio ganaría en importancia.
– ¿Y a cambio? -pregunté cortésmente.
– Oh, a cambio se deshará de todas las copias de esa estúpida cinta. No queremos que se haga pública; no beneficia a nadie.
– Y seguramente podré suprimirla como prueba, si es que William llega a ser juzgado alguna vez -agregó Linus Rankin con mucho sentido práctico.
Me subí las mangas del suéter y miré meditabunda mis moretones. Había permitido que Morrell me fotografiara, aunque muy a mi pesar ya que detestaba la sensación de exhibirme. Ahora ya no me daba ninguna vergüenza; no dije nada, me limité a dejar que la abuela y Rankin vieran mi piel hinchada y amarillenta.
– No necesita esa clase de ayuda -dijo Billy-. No va a por el dinero, es… abuela, si la conocieras de verdad sabrías que aun no siendo cristiana rige su vida por los mismos valores que tú me enseñaste: es honesta, cuida de sus amigos, tiene una valentía inmensa.
– Billy -reí aturullada-. Eso es un hermoso tributo. Espero vivir lo suficiente como para merecer aunque sólo fuera una parte. Señora Bysen, he aquí el problema: esa grabación no me pertenece, es propiedad de Marcena Love. No puedo hablar en su nombre. Pero sí puedo hacerles una pequeña sugerencia a usted y a su marido. Ustedes no estuvieron involucrados en las hazañas de William. Sigan quedándose al margen. Incluso si es verdad lo que dice Jacqui de que Buffalo Bill le dijo que metiera en vereda a Frank Zamar de Fly the Flag, que ésa iba a ser la prueba para demostrar si era merecedora de ocupar un puesto en el equipo de dirección, él no dio ninguna orden concreta de incendiar la planta y matar al señor Zamar, como tampoco de matar a Bron Czernin. Al menos creo que no lo hizo.
Ofrecí a Bysen y a Linus Rankin mi más resplandeciente sonrisa.
– De modo que ésta es mi modesta propuesta. No discutan a Sandra Czernin la indemnización por la muerte de Bron. Deben pagarle doscientos cincuenta mil dólares: eso cubrirá las facturas de la operación y el tratamiento de April Czernin y quizá le proporcione unos ahorros para pagar la universidad. En segundo lugar, ofrezcan un empleo a Rose Dorrado en su empresa con el mismo salario que cobraba trabajando para Frank Zamar. Tiene experiencia como supervisora. Contrátenla a jornada completa, de modo que obtenga las míseras prestaciones sanitarias que obtienen sus trabajadores a jornada completa. Y, por último, financien el programa de baloncesto del Instituto Bertha Palmer con esos cincuenta y cinco mil dólares que fui a pedirles hace un mes.
– Ah, sí, lo de cortar un dólar en cuarenta mil trozos o no sé qué otra idea loca que tuvo, ¿humm? -dijo Bysen recobrando parte de su bravuconería-. Y por ese camionero, a pesar de que estaba siendo infiel a sus votos matrimoniales, se supone que tengo que cortar otro billete en trozos de cuarto de millón. Eso es como decir que tengo que dar dinero a la gente por sus pecados.
– Vamos, querido. -May Irene apoyó una mano reprobadora sobre la rodilla de su marido-. ¿Y qué haría usted por nosotros, señorita Warshawski, si hiciéramos eso por usted?
– Respaldaría su declaración de que su hijo y su nuera actuaron a sus espaldas, de que ustedes no tuvieron arte ni parte en todo ese derramamiento de sangre en el South Side.
– ¡Eso es lo mismo que nada, jovencita! -dijo Linus Rankin-. ¡Es ridículo!
Volví a recostarme en la butaca.
– Es el trato que pongo encima de la mesa. Tómelo o déjelo, a mí me da igual, pero no estoy dispuesta a regatear.
– No importa, señorita War… shas… ki -soltó Billy de pronto con las mejillas encendidas-, porque yo pagaré las facturas de April si se niegan a pagar la indemnización de Bron, y también pondré el dinero para el programa de baloncesto. Tendré que vender unas cuantas acciones, y necesito el permiso de mis fiduciarios para hacerlo, pero aunque no me autoricen, bueno, supongo que un banco me prestaría el dinero porque saben que tendré mis acciones cuando cumpla los veintisiete. Supongo que podré pagar los intereses aunque sea a un plazo tan largo.
– Eso daría pie a un titular maravilloso. -Le sonreí-. «Heredero Bysen pide préstamo para saldar deuda moral de su abuelo». Váyanse a casa y reflexionen. Mañana es Acción de Gracias. Llámenme el lunes para comunicarme su decisión, después de un fin de semana tranquilo.
Tío Gary creyó que demostraría ser el hijo fuerte discutiendo conmigo, pero le dije:
– Adiós, Gary. Necesito reposo. Y ahora vayanse todos.
El cortejo de los Bysen salió en fila, hablando entre murmullos. Oí que Buffalo Bill le espetaba a Gary:
– Jacqui no ha traído más que problemas desde el primer día. Aseguraba que era cristiana, supongo que si hubieseis estado en el Edén te habría hecho escuchar a la serpiente, también, porque…
May Irene le interrumpió.
– Bastantes preocupaciones tenemos ya, querido, valoremos lo que queda de nuestra familia.
Mi equipo se demoró un rato más para comentar la reunión, tratando de adivinar qué decidirían los Bysen. Finalmente, Morrell y los Love se fueron a visitar a Marcena. Amy se iba en coche a St. Louis para pasar el día de Acción de Gracias con su familia. Me puse de pie sobre mis temblorosas piernas y salí renqueando con el señor Contreras y los perros para volver a mi propio hogar por primera vez en una semana. Al día siguiente iríamos a Evanston a celebrar Acción de Gracias con Lotty en la casa de Max Loewenthal, pero aquella tarde estuve encantada de tumbarme en mi propia cama.