Capítulo 43

Los fugitivos

Mi asombro fue tal que me quedé sin habla por unos instantes, incapaz siquiera de pensar. A pesar de la extraña actitud de Mary Ann, de su renuencia a verme, de su insistencia en que le concretara a qué hora iría a su casa y de la persona que había contestado al teléfono sin hablar, ni se me había pasado por la cabeza que estuviera dando cobijo a los fugitivos.

Billy protegía a Josie de mí como si tuviera que descargar mi furia contra ellos. Tragó saliva nerviosamente.

– ¿Qué va a hacer ahora?

– ¿Ahora? Ahora voy a guardar las provisiones de Mary Ann, a preparar un poco de café y a pediros que me contéis qué está pasando.

– Ya sabe a qué me refiero -dijo Billy-. ¿Qué piensa hacer sobre, bueno, que nos haya encontrado aquí?

– Eso depende del por qué os estáis escondiendo.

Al colocar los alimentos perecederos en el frigorífico me di cuenta de que los chavales se habían agenciado Coca-Colas y pizzas. Pensé con nostalgia en la botella de Armagnac de mi mueble bar, pero puse agua a calentar para el café y me preparé una tostada.

– No tengo por qué contarle nada.

De mal humor y agresivo, Billy parecía mucho más joven que sus diecinueve años.

– No tienes por qué -corroboré-, pero no podéis quedaros en casa de la entrenadora McFarlane para siempre. Si me decís lo que sabéis, y de quién os escondéis, a lo mejor podré ayudaros a aclarar las cosas, o a interferir, o, si os encontráis en grave peligro de muerte, llevaros a un lugar seguro.

– Aquí estamos a salvo -dijo Josie-. La entrenadora no deja que nadie nos vea.

– Josie, usa la cabeza. Si alguien de tu edificio tuviera a dos desconocidos en su casa, ¿cuánto tardarías en enterarte?

Enrojeció y bajó la cabeza.

– La gente habla. Les gusta tener noticias frescas que dar. La familia de Billy ha contratado a la mayor agencia de detectives del mundo, o desde luego de Chicago, para que lo encuentren. Con el tiempo, uno de los investigadores hablará con alguien que conozca a Mary Ann y llegará a sus oídos que una joven pareja a veces saca su perro a pasear, o compran Coca-Cola y pizza en el Jewel, o se esconden en la cocina cuando llega a su casa la enfermera. Y si vienen a por Billy, igual os hacen daño a ti o a Mary Ann.

– Pues tenemos que encontrar otro sitio -dijo Billy con desaliento.

Me serví un café y les ofrecí otro a los chicos. Josie prefirió un refresco, pero Billy aceptó una taza. Observé, fascinada, cómo llenaba casi un cuarto de la taza con azúcar y lo revolvía.

– ¿Y qué pasa con tu madre, Josie? Está muy angustiada por ti. Sigue pensando que estás muerta en el vertedero donde hallaron al padre de April. ¿Hasta cuándo vas a dejar que se imagine que te ha perdido?

Mientras Josie mascullaba algo sobre que su madre no aprobaba que estuviera con Billy, éste dijo:

– ¿Estaban en el vertedero? ¿Quién los llevó al vertedero?

– Qué maldad por su parte -dije a Josie-. Tienes quince años, eres lo bastante lista y despierta como para que un chico pase la noche en tu propio dormitorio o para que durmáis juntos, ¿dónde?, ¿en la cama supletoria de la entrenadora McFarlane? Tarde o temprano tendrás que volver a casa.

– Pero entrenadora, esto es muy tranquilo. No hay ningún bebé. No tengo a mi hermana quitándome mis cosas ni a los crios durmiendo debajo de la mesa del comedor. No hay cucarachas en la cocina. Esto es muy tranquilo. ¡No quiero volver! -Sus negros ojos ardían con pasión y una especie de nostalgia-. Y a la entrenadora McFarlane le gusta tenerme aquí, me lo dijo. Me obliga a estudiar y yo la cuido, hago cosas como las que hacía por mi abuela cuando estaba enferma, no me importa.

– Eso es un asunto aparte -dije serenándome; había estado en aquel apartamento de Escanaba demasiadas veces como para no comprender su anhelo de tranquilidad-. Sentémonos y veamos cómo podemos resolver los problemas de Billy.

Aparté las sillas de la vieja mesa lacada de Mary Ann. Billy seguía levantando el mentón con aire belicoso, pero el hecho de que se sentara obedeciendo mis órdenes significaba que estaba dispuesto a contestar a mis preguntas.

– Billy, he venido directamente desde casa de April. Mientras estaba allí, ha entrado Freddy Pacheco. Lo ha destrozado todo. Al principio he pensado que buscaba el dibujo que había hecho para Bron…

Saqué el papel, que empezaba a estar demasiado manoseado y tenía una mancha en un doblez.

– ¿Tiene eso? -exclamó Billy-. ¿Cómo lo ha conseguido?

– Estaba cerca del lugar donde tu coche se estrelló el lunes por la noche. ¿Qué sabes de esto?

– ¿Mi coche estrellado? ¿Cómo ocurrió? ¿Dónde estaba?

Le miré entrecerrando los ojos.

– En la Cien con Ewing. ¿Quién lo conducía? ¿Marcena?

– No, porque la habían metido…

Se tapó la boca con una mano.

En el silencio que siguió, oí el tictac del reloj de la cocina y la gota de agua que caía en el lavabo del cuarto de baño. Pensé, sin que viniera al caso, que tendría que acordarme de cerrar bien el grifo antes de marcharme.

– ¿Quién la metió dónde, Billy?

No dijo nada y entonces recordé a Rose Dorrado, aquella misma tarde, diciéndole a Julia que no convirtiera la búsqueda de la verdad en una visita al dentista.

– Toda esa caries tendrá que salir del diente, Billy, para que pueda arreglarlo y dejarlo como nuevo. Comencemos por tu coche. Se lo diste a Bron, ¿verdad?

Asintió con la cabeza.

– Le dije a Bron que podía usarlo hasta que yo volviera a necesitarlo. Incluso le escribí una nota con mi permiso para que lo llevara consigo, por si la poli o quien fuese le acusaba de haberlo robado. Pero antes quise ir al almacén a recoger mis libros y las cosas que guardaba en mi taquilla. No quería trabajar más para Grobian porque había insultado a Josie y me había ofendido a mí al espiarla. Eso fue antes de que le viera… En fin, da igual, le dije a Bron que le daría el coche después de hacer eso.

– ¿Fuiste a ver a Pat Grobian el domingo por la tarde, después de la iglesia? ¿Estaba trabajando en día de fiesta?

– No, pero vive en Olympia Fields. Fui a verle después de hablar con usted. Pat todavía iba en ropa interior; estaba viendo un partido de fútbol por la tele, ¿puede creerlo? Y tuvo el valor de decir que Josie era una… bueno, un insulto que no pienso repetir. Nos peleamos, discutimos, quiero decir; yo no voy por ahí pegando a la gente. Ya tenía bastante de que preocuparme y le dije que iba a tomarme un tiempo de vacaciones.

– Lo que te tenía preocupado, ¿lo habías visto en un fax de Nicaragua? Es lo que sostiene tu tía Jacqui.

– ¿Tía Jacqui le ha hablado de eso? ¿Cuándo? -preguntó atónito abriendo mucho los ojos.

– Anoche estuve en casa de tu abuela. Jacqui no dijo gran cosa, sólo que habías malinterpretado algo sobre la fábrica de Matagalpa, pero…

– ¿Dijo eso? -Billy casi gritaba de ira-. ¿Dijo semejante mentira delante de mi abuela? ¿Sabe usted algo sobre lo que está ocurriendo allí abajo?

– Muy poco -dije-. Sé que el pastor Andrés puso pegamento en las cerraduras de Fly the Flag para hostigar a Zamar por emplear a trabajadores sin papeles, pero Zamar siguió adelante con su plan y los contrató de todos modos. Sé que Freddy…

– No sabe nada sobre Matagalpa -me interrumpió Billy-. Pero yo lo descubrí; vi ese fax dirigido a tía Jacqui. De hecho, fue el mismo día que usted vino al almacén a pedir dinero para el programa de baloncesto. En Matagalpa hacen pantalones vaqueros para By-Smart, ¿sabe?, los de nuestra marca, Red River, y tía Jacqui quería saber cuánto tardarían en empezar a fabricar en serie sábanas y toallas, ya sabe, toda esa línea de productos. De modo que vi las cifras relativas a horarios y salarios y me quedé perplejo. Entonces, hablé con ella al respecto. Mi tía se gasta entre dos y tres mil dólares en cada traje, lo sé porque tío Gary siempre pone el grito en el cielo.

Cuando vi ese fax de Nicaragua, hice los cálculos. Los obreros de la planta Red River trabajan cuatro mil cuatrocientas horas al año y no llegan a cobrar ochocientos dólares; al año, quiero decir. Así que tendrían que trabajar catorce mil horas para pagar uno de sus vestidos, sólo que, por descontado, no podrían porque tienen que dar de comer a sus hijos. Así que le pregunté por qué no les pagaba un salario digno y se rio en mi cara, de esa manera tan suya, y respondió que las necesidades de esa gente eran más simples que las suyas. ¡Más simples! ¡Porque se las está negando!

Su rostro estaba encendido y resollaba. Podía imaginarme la escena, Billy sofocado como ahora, con toda la razón, y tía Jacqui sonriendo maliciosamente como hacía cada vez que veía a uno de los Bysen alterado.

– ¿Por eso quisiste alejarte de tu familia?

– En parte. -Empezó a remover el lodo azucarado de la taza dándole vueltas-. Hablé con todos, con el abuelo, con la abuela. Por supuesto, con mi padre es inútil, pero el abuelo… me trató como si fuese un retrasado mental, todos piensan que estoy tarado, dijo que lo entendería cuando conociera mejor el negocio. De manera que cuando el pastor Andrés fue a nuestra oficina central, también el mismo día que estaba usted, para dirigir la oración, trató de predicar sobre el tema y, bueno, ¡ya vio lo que ocurrió!

Josie apoyó una mano en la suya mirándome de reojo para ver si intentaría impedir que lo tocara. Billy le dio unas palmaditas distraídamente; se estaba amargando pensando en su familia.

– Amenazaste con llamar a los accionistas. ¿De qué iba eso?

– Ah, eso. -Se encogió de hombros con impaciencia-. Eso es agua pasada, ahora. Dije a mi… a mi padre y a tío Roger que apoyaría el intento de crear un sindicato en Nicaragua, que me pondría en contacto con los accionistas y les haría saber que iba a enviar dinero a los tipos que el gerente de Red River tiene atrapados en Matagalpa para que pudieran pagar los gastos de tramitar su caso en el Tribunal Internacional de Justicia. Como era de esperar, eso tiene a mi padre y a todos mis tíos aterrorizados. En realidad mi plan no era hacer daño a la familia; no en aquel momento, pero ahora, ¡oh, Jesús, ahora…!

Se calló, su rostro y su voz reflejaban verdadera angustia, y dejó caer su cabeza entre las manos. Esta vez fui yo quien se inclinó para darle unas palmaditas de consuelo.

– ¿Qué sucedió? ¿Algo relacionado con Zamar?

– Todo tenía que ver con Zamar. -La voz le salía distorsionada de entre las manos-. Ellos, me refiero a tía Jacqui y a Grobian, estaban amenazando a Zamar, o sea, amenazaban con destruir su fábrica, ése era todo el lío de las ratas, porque decía que tendría que romper el contrato. Pat, Pat Grobian, él y mi padre dijeron que nadie podía romper un contrato con By-Smart. Si Frank Zamar lo hacía, entonces todo el mundo pensaría que podía salirse con la suya si no le gustaban las condiciones. Todo el mundo quiere hacer negocios con nosotros porque somos muy grandes, y luego obligamos a que la gente acepte trabajar por un precio que no pueden permitirse.

Se detuvo.

– ¿Y entonces? -insistí.

– Soy bastante bueno en español -dijo levantando la vista un instante-. Lo estudié en el instituto, y entre el almacén y los oficios del Mount Ararat lo entiendo muy bien. Así que llegó ese fax del gerente de Matagalpa, en español. Le daba a Pat el nombre de uno de los jefes locales, esos tipos que consiguen malos empleos para los ilegales y que se embolsan la mitad de su sueldo, ¿sabe a qué me refiero?

Asentí con la cabeza.

– Bien, pues el gerente de Matagalpa decía que debía poner en contacto a Frank Zamar con ese tipo, el jefe local aquí en South Chicago, y que éste se encargaría de que Frank consiguiera un torrente de ilegales centroamericanos desesperados por trabajar. Y Pat Grobian parece que le dijo a Frank, tómalo o déjalo.

– Pero Frank puso en marcha el taller ilegal -objeté-. La madre de Josie trabajaba allí. Eso fue dos días antes de que la fábrica se incendiara.

– Sí, pero, mire, Frank estaba tan amargado y avergonzado que no le dijo a tía Jacqui ni a mi padre que había comenzado a fabricar las sábanas. Se llevaba el producto terminado a su propia casa, donde lo iba guardando hasta tener listo el pedido entero. Entonces haría la entrega pero prefería no hablar del asunto. -Billy me miró con sus grandes y cándidos ojos-. ¡Ojalá se lo hubiese dicho! Pero estaban convencidos de que seguía sin dar el brazo a torcer, de modo que organizaron más sabotajes.

Recordé las cajas de cartón que había visto cargar en una furgoneta la última vez que estuve en la fábrica antes del incendio. Ése debía de ser el cargamento parcial que Zamar se estaba llevando a su casa.

– Y tu familia envió a Freddy -dije yo-. ¿Cómo acabó implicado Bron?

– ¡Oh, no sabe nada de nada, señora War… shaw… ski! -protestó-. ¡Bron era la persona que lo hacía! Sólo contrató a Freddy para que hiciera el trabajo sucio. Ellos no hicieron más que pedirle a Bron que saboteara la fábrica, sin concretar más, y él hizo que Freddy Pacheco buscara todas aquellas ratas muertas, o… o que cogiera la jabonera en forma de rana y la pusiera en los cables.

Sonó mi teléfono. Morrell, diciendo que habían estado buscando sin encontrar nada, refiriéndose a la pluma grabadora de Marcena, y que se iba a la cama.

– ¿Mary Ann está bien?

– Creo que sí-dije; me callé justo a tiempo antes de soltarle la noticia de que Billy y Josie estaban allí, sólo le dije que tenía que ocuparme de unas cuantas cosas puesto que hacía más de una semana que no había ido a verla.

Entonces, reanudé las preguntas.

– ¿Cuánto hace que sabes lo de la jabonera en forma de rana? ¿Por qué no fuiste a la policía?

– No podía -respondió en un susurro. Miraba fijamente la mesa, como si quisiera ser engullido por ella, y tuve que irle pinchando durante un rato para sacar a relucir el resto de la historia.

El lunes había llevado a Bron al almacén con tiempo para que éste cogiera su camión. Billy tenía planeado vaciar su taquilla y dejar el Miata en el aparcamiento de empleados para que Bron se lo llevara a casa cuando finalizara su turno. Bron, a su vez, dejaría a Billy en la estación de cercanías de South Chicago antes de dirigirse a su primer punto de entrega.

Camino del almacén, Billy preguntó a Bron qué plan tenía para conseguir el dinero para la operación de corazón de April, y Bron le dijo que tenía una póliza de seguro adicional que Grobian le había firmado y le mostró el dibujo de la jabonera en forma de rana, el mismo que yo había estado llevando de aquí para allá. Billy le preguntó de qué se trataba aquel dibujo, y Bron le contestó que era parte de su póliza, que Billy no tenía que saber más sobre aquello, pues era demasiado buen chico.

– Estaba harto de ese rollo, de que siempre me dijeran que soy demasiado inocente, o demasiado bueno, o demasiado retrasado, o lo que sea, como para saber qué está pasando -soltó Billy de sopetón-. Como si creer en Jesús y desear hacer el bien en el mundo te convirtiera automáticamente en un idiota. Así que, sólo para que vea que no soy tan bueno como dicen, decidí averiguar qué estaban tramando él y Pat. En el despacho de Pat hay un armario empotrado que conecta con el cuarto de al lado; antes había otro despacho y un retrete entre los dos cuartos; pero eso es lo de menos, el caso es que me metí ahí, en el armario, y lo oí todo, a Bron diciendo que necesitaba cien mil para April, a Pat riendo de ese modo suyo tan asqueroso: «Has pasado demasiado tiempo con el Niño si piensas que su familia soltará un puñetero céntimo para tu mocosa.»

Entonces me figuro que Bron le mostró el dibujo de la jabonera en forma de rana porque Pat le dijo que aquello no demostraba una mierda. -Billy se puso muy rojo al repetir la frase; me miró fugazmente para ver si me había ofendido-. Y Bron le contestó que lo tenía todo grabado, dado que Marcena Love estaba con él cuando Pat le pidió que hiciera el trabajo sucio, y que ella lo tenía todo en cintas, que grababa todas las conversaciones de la gente para tener documentación para sus artículos. Y entonces Pat le dijo que aguardara fuera un momento. E hizo una llamada y refirió la charla con Bron, y luego dijo que vale, que creía que podría echarle un cable después de todo. Le pidió a Bron que llevara el camión a Fly the Flag después de la entrega en Crown Point; que quería inspeccionar ese primer cargamento de sábanas que Zamar había hecho para ver si podían salvarse, y que alguien de la familia estaría allí con un cheque, que no podían hacerlo en público porque la familia no quería verse implicada. Así que decidí ir a Fly the Flag para ver cuál de mis parientes se presentaba.

– ¿Dónde estaba Josie mientras ocurría todo esto? -pregunté.

– Ah, yo esperaba en el Miata.

Fue la primera vez que Josie dijo algo, parecía como si hasta entonces no hubiera estado presente.

– ¿En el Miata? ¡Es un biplaza minúsculo!

– Teníamos la capota bajada. -Los ojos de Josie brillaban de placer al recordarlo-. Me acurruqué detrás de los asientos. Fue muy divertido, me encantó.

En una fría tarde de noviembre, sí, con quince años, a un paso de la muerte y del amor al mismo tiempo: qué divertido.

– ¿Cómo terminó Marcena en el coche, entonces? -pregunté, tratando de descifrar cómo habían acabado juntas todas aquellas personas.

– Bron la recogió con el camión. Marcena estaba entrevistando a alguien, o investigando algo, no sé el qué, pero Bron me dijo que iría a recogerla y quiso saber si había algún problema en que ella condujera mi coche. Mire, antes de que oyera la conversación de Grobian y Bron, nosotros, Josie y yo, teníamos planeado escapar juntos a México y buscar a la tía abuela que tiene Josie en Zacatecas, íbamos a tomar el tren hasta la estación de la Greyhound. Josie no tiene tarjeta de identidad, o sea que no podíamos ir en avión y, además, si íbamos en avión los detectives de mi padre nos encontrarían, íbamos a tomar el Greyhound hasta El Paso y luego haríamos autostop hasta Zacatecas.

Pero entonces decidí que antes tenía que volver a Fly the Flag; tenía que ver quién de mi familia iba allí, y no quería que Bron lo supiera. Si hubiese sabido lo que iban a hacer, jamás se me habría ocurrido llevar a Josie conmigo, tiene que creerme, señora War… shas… ky, porque fue lo más espantoso.

Los hombros comenzaron a temblarle; intentaba no llorar a lágrima viva.

– ¿Quién fue? -pregunté con impostada naturalidad.

– El señor William -dijo Josie en voz baja al cabo de un rato, visto que Billy no podía hablar-. La señora inglesa llegó en el coche de Billy. El señor Czernin nos dejó en la estación de la calle Noventa y uno. La fábrica queda a unas seis manzanas de la estación. Billy llevaba mi mochila y regresamos a pie, compramos pizza y bebidas y luego entramos en la fábrica.

Seguía hablando en voz baja, como si no quisiera asustar a Billy.

– La sala grande donde antes cosía mi madre todavía olía por el incendio pero la fachada seguía bien; si no sabías que la parte de atrás había desaparecido, habrías pensado que estaba en su sitio. Así que esperamos, yo qué sé, ni idea, como unas tres horas. Cogí un poco de frío. Entonces, de repente oí la voz del señor Grobian, y entraron él y el señor William. Nos escondimos debajo de una de las mesas de trabajo; no había electricidad a causa del incendio, y ellos llevaban encendida una de esas luces portátiles de trabajo, pero no podían vernos.

Y entonces llegó el padre de April con la periodista inglesa. Tuvieron un tira y afloja sobre la operación de April y lo que Bron había hecho por la señora Jacqui y el señor Grobian, y el señor William dijo a la señora inglesa: «El señor Czernin dijo, perdón, el señor Czernin dice que tiene una grabación de todo esto».

Y la señora inglesa dijo que lo tenía todo grabado en cinta pero que sólo iba a leerle el, no recuerdo la palabra, pero lo tenía todo escrito, copiado de la grabadora, sabía lo que pasaría si dejaba que ellos le echaran mano.

Así que leyó entera la parte donde el señor Grobian le decía al señor Czernin que saboteara la fábrica, que saboteara Fly the Flag, quiero decir. La tía de Billy estaba en la reunión, no en la de la fábrica sino en la que dijeron al padre de April que saboteara la fábrica. Y la señora inglesa fue leyendo lo que cada uno había dicho, incluso el comentario del señor William sobre que ese sabotaje le enseñaría al viejo, o sea al abuelo de Billy, que sabía actuar con firmeza.

Y cuando la señora Marcena acabó, el señor William soltó esa especie de risa falsa -lanzó una mirada rápida a Billy por si acaso lo ofendía- y dijo: «Veo que decía la verdad, Czernin. Pensaba que sólo eran vanas amenazas. Vamos a resolverlo. Mientras usted carga el camión, las sábanas nos parecieron bien, están en esas cajas de ahí, yo le extiendo un cheque».

Josie hizo una asombrosa imitación de la actitud quisquillosa del meticuloso William. Billy tenía la mirada vidriosa, como si estuviera sumido en un sopor etílico. No supe si estaba escuchando a Josie o reviviendo en su mente la aciaga velada.

– Luego no sé qué pasó realmente porque estábamos debajo de la mesa, pero el señor Grobian y el señor Czernin cargaron la carretilla elevadora y la señora inglesa dijo que le encantaría conducir la carretilla, que había llevado tanques y un tráiler pero nunca una carretilla. Sólo que no sabemos cómo se volcó la carretilla y se cayeron los dos, la señora inglesa y el señor Czernin. Ella chilló, o algo así, pero el señor Czernin no dijo ni pío.

Josie dejó de hablar; de pronto ya no era un relato excitante, era aterrador.

– ¿Qué sucedió?

Intenté imaginarme la escena: la carretilla dirigiéndose hacia el camión y cayendo por el borde. O Grobian y William arrojando una carretada de cajas encima de Bron y Marcena.

– No lo vi -susurró Billy-, pero oí que mi padre decía: «Creo que esto ha acabado con ellos, Grobian. Cárgalos en el camión. Los llevaremos al vertedero y dejaremos que sus familias piensen que se han fugado a Acapulco».

Billy se echó a llorar entre arcadas y sollozos que le sacudían el cuerpo entero. El arranque aterrorizó a Josie que nos miraba asustada a él y a mí con ojos como platos.

– Dale un vaso de agua -le ordené.

Di la vuelta a la mesa para acunarlo contra mi pecho. Pobre chico, presenciar cómo su propio padre cometía un homicidio. No era de extrañar que anduviera escondiéndose. Como tampoco que William quisiera dar con él.

Me sobresalté al oír una voz detrás de mí.

– Ah, eres tú, Victoria. Tendría que haberlo supuesto, con tanto alboroto.

Mary Ann McFarlane estaba de pie en el umbral.

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