Se tropezó con Norma inesperadamente, mientras se sentía como un león enjaulado en mitad del laberinto de pasillos y salas, sin saber qué más hacer para conseguir abrir una brecha en el sistema. Los dos se reconocieron en mitad de la nada, envueltos en su soledad.
– ¡Eloy!
La hermana de Luciana se le echó a los brazos. Por primera vez desde que la conocía, y pronto haría dos años, él no la rehuyó, al contrario: la abrazó y le dio un beso en la cabeza, por entre la espesa mata de su pelo. Norma temblaba.
Y él esperó, cauteloso, aunque en aquel momento sabía que se necesitaban.
Ya no tenía nada que ver el hecho de que ella, como muchas hermanas menores, estuviera enamorada de él.
– Me han dicho que está… en coma -murmuró casi un minuto después.
Norma no se separó de su abrazo.
– Tengo miedo -reconoció.
– No me han dejado verla -dijo Eloy-. Llevo la tira pidiendo…
Esta vez sí. La chica se apartó de él para mirarle a los ojos. Luego lo cogió de la mano.
– Ven -se limitó a decir.
La siguió. Era un contacto dulce y, en el fondo, una mano amiga. La primera en aquel mundo inhóspito. ¡Norma y Luciana se parecían tanto! De hecho, viendo a Norma, recordaba cómo y cuándo se había enamorado de Luciana. En aquel tiempo, sin embargo, Luciana se acababa de convertir en una mujer.
El trayecto apenas duró veinte segundos. Norma se detuvo en una puerta. Sin soltarle a él de la mano la traspuso, empleando la otra para abrirla. Los dos se encontraron dentro con los padres de las dos hermanas.
Pero Eloy apenas si reparó en ellos.
La imagen de Luciana, inmóvil, con los ojos cerrados, la boca abierta y las agujas, y los tubos entrando y saliendo de ella, le atravesó la mente.
– Hijo… -suspiró con emoción la mujer levantándose.
– Me quedé a estudiar… Lo siento, ¡lo siento! -apenas si logró articular palabra aunque sin poder dejar de mirar a la persona que más amaba en el mundo.