No dieron más allá de una docena de pasos. Los suficientes para salir del círculo de los curiosos, que miraban hechizados el cuerpo roto del camello.
Sentían su derrota, aunque no los cuatro.
Los ojos de Cinta brillaban.
Pero ya no por miedo o a causa del impacto por lo sucedido.
– ¿Qué hacemos? -rompió el silencio Máximo.
– Yo voy al hospital -dijo Eloy.
Ya no necesitaba correr, ni huir de nada, ni perseguir ninguna utopía. Sólo volver.
– Vamos todos -dijo Cinta.
Notaron su tono, y, al mirarla, se dieron cuenta de su sonrisa de esperanza. No la entendieron, hasta que ella extendió su mano derecha, abierta, mostrándoles algo.
– Debió de caérsele al correr -fue su único comentario.
En la palma de la mano había una pastilla blanca, con una media luna en relieve impresa en su superficie.