– ¿Y si ya estuviese muerta?
– Vamos, Loreto -dijo su padre-. Un coma es algo que puede durar días, o meses, pero de ahí a que en unas horas se produzca un desenlace fatal…
– Sea como sea he de ir, entendedlo.
El hombre y la mujer se miraron entre sí, pero no llegaron a proferir palabra alguna.
– No me pasará nada -insistió ella.
– Puede ser un esfuerzo considerable -se arriesgó su madre.
– Cogeré un taxi. No me cansaré, de verdad.
– Hablaremos luego, ¿de acuerdo? Llamas por teléfono y si sigue igual… -concedió su padre-. Ahora lo que debes hacer es comer de manera tranquila y no pensar en nada.
Su esposa le miró directamente, aunque ya era demasiado tarde. Los psiquiatras les habían insistido en que no la forzaran, que no hablaran de obligaciones ni nada parecido, aunque tampoco se mostraran permisivos o falsamente indiferentes. Sin embargo, la naturalidad era difícil de guardar cuanto lo que veían ante sí no era más que el pálido reflejo de lo que un día había sido su hija.
Loreto miró la sopera, la fuente de carne, el pan, la ensalada. La necesidad de comer se le disparó en la mente. La avidez de su estómago le acentuó su habitual dolor de cabeza.
– ¿Das tú las gracias hoy? -le preguntó la mujer a su marido cambiando rápidamente de conversación.
– ¿Hija? -trasladó él el ofrecimiento a Loreto.
Ella vaciló sólo un instante.
Después, los tres bajaron la cabeza y unieron sus manos.
– Te damos las gracias, Señor, por los alimentos que recibimos de tu bondad, y te pedimos por todos tus hijos, en especial aquellos que sufren -hizo una pausa muy breve, antes de continuar diciendo-: Y te pido que ayudes a Luciana, Dios mío. Ayúdala a luchar, y a ser firme en esta hora oscura, porque sin Ti estará perdida. Ayúdala a encontrar el camino de regreso de las sombras. Te lo pedimos, Señor.
Sobrevino un largo segundo de silencio, mientras la emoción se apoderaba de ellos.
Pero incluso esa emoción quedó en un segundo plano cuando Loreto levantó la cabeza, suspiró, apretó las mandíbulas y, con determinación, se sirvió tres cazos de sopa. Luego introdujo la cuchara en el plato para empezar a tomarla con la mayor naturalidad.
Sus padres intentaron mantener la normalidad.
Después de todo la clave era siempre el después. Lo que hiciera ella con lo que hubiese ingerido.
– Está buena -dijo Loreto.