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(Negras: Torre g1)

Lorenzo Roca detuvo el ronroneo del motor del coche al cerrar el contacto. Su gesto inmediato, estirando los brazos, como si hubiera conducido un millar de kilómetros, provocó la curiosa atención de su superior.

– ¡Bueno! -suspiró Roca alargando la «e» con resignada paciencia.

– ¿No te gusta conducir?

– Sí, claro.

– ¿Entonces?

– Me preparo para lo peor: pasar aquí un buen rato -miró la discoteca-. Nos van a tomar por dos guarros mirando a esas crías y críos… -dejó de hablar en seco. Sus ojos se dilataron por la sorpresa mientras recuperaba de nuevo el habla para gritar-: ¡Jefe!

Vicente Espinós ya lo había visto.

Poli García, el Mosca, corriendo en dirección al aparcamiento en el que estaban ellos, aunque no en línea recta. Acababa de sacarse algo del bolsillo sin dejar de correr y correr.

Y detrás, un grupo de chicos, tres muchachos y una muchacha, también distanciados entre sí aunque no tanto como lo estaban de él.

Le fue fácil reconocerlos.

– ¡Vamos! -ordenó saliendo del coche.

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