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(Blancas: Alfil d3)

El doctor Pons le tendió el pliego de hojas.

– Desde luego, no es Metilendioximetaanfetamina, sino Metilendioxietanfetamina.

El inspector Espinós alzó la vista del análisis de sangre.

– No es éxtasis -aclaró el médico-, sino eva.

– Bueno, eso ya me lo imaginaba -reconoció el policía-. La gente sigue llamándolo éxtasis pero…

– Lo malo es que ahora que teníamos el éxtasis bastante estudiado… -hizo un gesto de desesperanza el doctor Pons antes de empezar a hablar, casi como si lo hiciera para sí mismo-. Quizá no debía haberse prohibido, ya ves tú. Cuando vamos descubriendo una cosa, la prohíben, y entonces sale otra más difícil y compleja de detectar. A comienzos de siglo se empleaban dosis controladas de éxtasis en psiquiatría para mejorar la comunicación con los pacientes. Ahora, desde que la DEA lo catalogó en 1985 dentro del grupo de sustancias sin utilidad médica reconocida, y con riesgos de adicción… En fin, que prefería vérmelas con el éxtasis, amigo. Está claro que siendo el eva un veinticinco por ciento menos potente que el éxtasis, su mayor cantidad de principio activo lo hace más peligroso, porque actúa más rápido. Es todo lo que sabemos y poco más, muy poco más.

– ¿Y además de eva, qué contenía esa pastilla?

– Ahí está todo lo que hemos detectado -señaló el análisis de sangre-, pero como siempre, es insuficiente. El cuerpo ya ha eliminado algunas sustancias. Seguimos sin saber contra qué luchamos. De las variedades analizadas por los laboratorios de toxicología últimamente, el ochenta por ciento era eva, y no había ninguna pastilla cuya composición fuese igual a otra. Siempre hay alguna porquería que las diferencia entre sí.

– Ésta también es diferente -le informó el inspector Espinós-. Según esos chicos, tenía una media luna grabada. Es la primera con esta marca, así que debe haber una nueva partida recién llegada a la ciudad, tal vez de procedencia remota.

– ¿Por qué les ponen esos sellos? ¿Lo sabes?

– Para distinguirlas, para jugar… ¡qué sé yo! He visto pastillas con tantas figuras y nombres…: el conejito de Play Boy, la lengua de los Rolling Stones, logotipos de canales de televisión, dibujos infantiles…

– De momento, esta luna ya tiene una víctima.

– Luna -rezongó el policía-. Malditos hijos de puta… Un paquete de mil pastillas pesa algo más de un cuarto de kilo, ¿cómo lo ves, eh, Juan? Alrededor de doscientos ochenta gramos. ¡Diez mil pastillas pesan menos de tres kilos! ¡Y valen veinte millones de pesetas en el mercado!

– Es el precio lo que lo hace fácil -intercaló el médico-. ¿A cómo está ahora la cocaína en la calle?

Vicente Espinós suspiró agotado.

– Doce mil el gramo.

– Creo que el speed está a unas tres mil, y el éxtasis o el eva a un poco menos, ¿me equivoco? Es lo más barato, y por tanto también lo más explosivamente peligroso. En Inglaterra se consumen a la semana entre un millón y un millón y medio de pastillas, todas entre chicos y chicas de trece a diecinueve años. ¿Cuántas se consumen en España?

No había cifras, y los dos lo sabían. Por ello la pregunta se hacía más angustiosa.

– Nos llevan una gran ventaja -dijo el policía-, los fabricantes y los traficantes por un lado, y esos chicos por otro. A veces oigo a mi hija hablar de música y me parece una extraterrestre. Rave, hardcore, trance, house, techno, hip-hop… ¡Hasta hace poco aún creía que el bacalao se comía, y ahora resulta que lo escriben con K y se baila! -no se rió de su mal chiste-. ¿Qué más quieren si ya salen de noche, practican el sexo y hacen lo que les da la gana? ¿Por qué además han de destruirse? ¿Es eso libertad?

– ¿Recuerdas cuando fumábamos hierba en los sesenta?

– ¡Venga, no compares, tú!

– Lo único que sé es que a veces se necesita una muerte para sacudir a la sociedad -desgranó Juan Pons con deliberada cautela-. En 1992 las drogas de diseño apenas si alcanzaban un tres por ciento del consumo total en nuestra Comunidad. En 1993 saltamos al diecinueve por ciento, en 1994 llegamos al treinta y cuatro por ciento y en 1995… Desde entonces, y sobre todo en estos últimos tiempos, ha seguido aumentando su consumo. Aun así, estamos lejos de los cincuenta y dos adolescentes muertos en Inglaterra en la primera mitad de los noventa. Cincuenta y dos, que se dice pronto. Y eso quitando comas, lesiones permanentes y efectos secundarios. Y espera, que dentro de diez años tendremos una generación de depresivos, porque eso es lo menos que les va a pasar a estos chicos. Las lesiones cerebrales y físicas serán de consideración.

– Este caso levantará ampollas -dijo Vicente Espinós.

– Por eso te decía que a veces se necesita algo como lo de esta chica para sacudir a la opinión pública.

– Ya, pero a la única opinión pública que va a sacudir es a la policía.

– ¿Qué harás, una redada general de camellos con sello de urgencia?

– No seas cruel, Juan -protestó el inspector-. Pero desde luego va a haber una buena movida.

– ¿Te han dado algún dato de interés esos chicos?

El policía se puso en pie.

– Una nariz aguileña.

– ¿Y?

– Es suficiente -dijo Vicente Espinós-. Al menos por ahora.

Y le tendió la mano a su amigo, dispuesto a irse, dando por terminada su breve charla.

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