Fue al detenerse el taxi en un semáforo cuando Cinta rompió el silencio.
– Eloy es alucinante.
– ¿Por qué? -preguntó Santi.
– ¿Tú qué crees? -lo dijo como si pareciera evidente-. Sale del hospital esta mañana hecho una furia, con Luciana medio muerta, y se mete a buscar al tío que anoche… -miró al taxista y no siguió hablando.
– Pero tiene razón -intervino Máximo-. Si conseguimos una pastilla de esas…
– Los médicos están bastante despistados, ¿no? -manifestó Santi.
– A mí me da un poco de miedo, por no decir mucho -plegó los labios Cinta.
– ¿Miedo?
– Yo estoy en coma, y tú te encuentras cara a cara con el tío que me ha dado eso. ¿Qué haces, le dices que necesitas otra pastilla para ver si así me salvas o le das de hostias?
Santi parpadeó.
– Oye, ¿no irás a pensar que Eloy…? -dudó Máximo.
– Sólo digo lo que hay -repuso Cinta.
– Pero lo importante es conseguir esa pastilla -convino Santi.
– Ya, nos acercamos y le pedimos una. ¿Crees que el tío va a estar tan normalito?
– De entrada, el tío no sabe que tú estás en coma -dijo Santi-, así que normalito sí va a estar.
– Otra cosa es que tras conseguir la pastilla, si es que Eloy tiene la suficiente sangre fría como para esperar, después… -aventuró Máximo.
– ¡Eh!, no somos héroes de cómic -dijo Cinta.
– ¿Has visto cómo se ha puesto Eloy esta mañana con nosotros? -puso el dedo en la llaga Máximo-. ¿Te imaginas con ese camello?
Cinta volvió a mirar al taxista. Parecía muy ocupado controlando el tráfico de última hora de la tarde.
– Esas personas son peligrosas -advirtió Santi.
– ¿Ése? No era más que un mierda -dijo Máximo con desprecio.
– ¿Y si lleva un arma?
– Oye -Máximo miró a Cinta-, ¿qué te crees, que esto es Nueva York o qué?
– Bueno, sea como sea nosotros somos cuatro -terció Santi.
– Me sigue dando miedo Eloy. Está loco por Luciana.
Ese pensamiento los mantuvo en silencio en los instantes siguientes. El taxi se paró en un nuevo semáforo. El taxista les lanzó una mirada distraída por el retrovisor interior. La detuvo sobre ella, bastante rato, casi todo el que duró la espera ante el semáforo. Cinta se la acabó devolviendo, y el hombre retiró sus ojos.
– ¡Vamos ya, que está en verde! -protestó levantando una mano en dirección al vehículo que le precedía.