En el silencio de la sala, la voz de Cinta sonó como un disparo.
– Nosotros lo hicimos.
Santi y Máximo fueron alcanzados por él.
Se miraron el uno al otro.
– Si muere, la habremos matado nosotros -continuó Cinta.
– No es cierto -articuló Máximo.
– Sí lo es -Cinta le atravesó con una mirada de hierro.
– Te podía haber pasado a ti -le dijo Santi-, o a mí mismo, o a Máximo. Le tocó a ella por un golpe de mala suerte. Esas cosas pasan.
– ¿Qué excusa es ésa?
Ninguno de los dos le contestó.
– ¿Queréis responderme? -exhaló ella revestida de una falsa paz.
– ¿Qué quieres, que no salgamos de casa por si nos atropella un coche? -manifestó Máximo.
– Uno hace cosas, y ya está. Se arriesga -dijo Santi-. Siempre nos arriesgamos, con todo. Al respirar, puedes coger algo con la porquería que hay en el aire, ¿o no?
– A ver si te va a dar ahora la neura -continuó Máximo dirigiéndose a su amiga.
– Así que tenemos que olvidarlo y ya está. Como si fuera un accidente.
– Ha sido un accidente -puntualizó Santi.
– Y todos nos sentimos mal por él -le apoyó Máximo-, pero no sirve de nada castigarnos en plan masoca.
– Todos tomamos una, ¿vale?
Cinta fulminó a su novio.
– Ella no quería tomarla.
– Pero la tomó, y no la obligamos -insistió Santi.
– ¡Prácticamente se la pusimos en la boca!, ¿lo has olvidado? -elevó la voz la chica.
– Se hizo un poco la estrecha, nada más.
– Ya sabes cómo es Luciana.
– Le gusta hacerse de rogar.
– Eso.
– Además, el que lo lió todo fue Raúl.
– No, Máximo -volvió a hablar Cinta después del puñado de frases sueltas de ellos dos-. Fuiste tú.
– ¡Sí, hombre, encima!
– Tú fuiste en busca de Raúl, para que te pasara algo, y luego Raúl trajo a ese tipo, al camello, y después me decidí yo, lo reconozco, ¡yo!, no voy a escurrir el bulto, pero no vengáis ahora con excusas. Todos estábamos allí, y todos somos responsables aunque ninguna justicia nos acuse.
– Vamos, cálmate -le pidió Santi yendo hacia ella.
Cinta lo rehuyó. Puso las dos manos con las palmas abiertas por delante, a modo de pantalla, pero sin mirarle a la cara. Los ojos los tenía fijos en el suelo, en el abismo abierto entre ellos. Toda la tensión que sentía se expandió con ese gesto, abarcando un enorme radio en torno a sí misma.
– Estoy muy calmada -dijo-. Muy calmada.
Pero los dos sabían que no era así, que las emociones volvían a flotar, a salir por los resquicios y las grietas de su ánimo. Y tanto o más que la verdad de las palabras de Cinta, temieron la inminente explosión que iba a llevarles de nuevo a la crispación.
La cuenta atrás fue muy rápida.