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(Negras: c5)

Loreto abrió la puerta de su casa. No tuvo que llamar. Su madre apareció al momento, saliendo de la sala.

– ¿Cómo está Luciana?

– Quiere vivir -dijo suavemente ella.

– Pero… -la mujer pareció no entender el significado de sus palabras.

– Mamá.

La abrazó, con fuerza, a pesar de su debilidad. Detrás de las dos apareció su padre. Tampoco él pareció entender qué sucedía.

– Loreto, ¿qué te pasa? -quiso saber su madre.

– Estoy enferma, mamá, pero quiero curarme.

Era la primera vez que lo decía en voz alta. Los psiquiatras se lo habían dicho decenas de veces: todo terminaba con la aceptación de la enfermedad por su parte. Ése era el primer paso.

– Loreto…

– Yo también quiero vivir -suspiró su hija-. Ayudadme, por favor.

Continuaban abrazadas, así que la mujer no pudo ver su cara, inundada de dolorosa pero firme paz. Su padre en cambio sí la vio. Él las abrazó a las dos.

Entonces Loreto cerró los ojos, y su mente volvió junto a Luciana.

Libre.

Su voz seguía allí.

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